La laicidad permite la separación de las religiones y del Estado, lo que lleva al hecho que un católico, un musulman o un ateo sea considerado por el Estado como iguales. Y la tolerencia permite cultivar el hecho que ningún pensamiento es menos importante que otro, y anque a uno no le convenga, pues debe de respetarlo.
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¿Qué es la tolerancia en la educación?
Desde casa – Desde casa, la familia, además de ser un modelo a seguir, puede animar a los niños a:
Escuchar a los demás con una mente abierta, intentando comprender su postura y ponerse en su lugar, Respetar las ideas diferentes, que no coincidan con las suyas.Entender que las opiniones son relativas y discutibles y que no se tiene la verdad absoluta.Ser capaces de expresar el punto de vista propio sin herir los sentimientos de los demás, No burlarse de las diferencias,Aprender a jugar en equipo, sabiendo perder y ganar con humildad y sin humillaciones. Ser consciente de que ser diferente no te hace mejor ni peor que el resto de personas, solo único y especial, Adaptarse al ritmo y a las capacidades del resto de compañeros, valorando positivamente sus competencias, habilidades y talentos individuales.
Del mismo modo, si tenemos la oportunidad de compartir con los pequeños lecturas, documentales o viajes, podremos hacerles entender mejor la riqueza natural y cultural de nuestro planeta. En definitiva, la tolerancia es aceptar y abrazar la diferencia, apreciar la diversidad, no tener miedo, respetar a los que no son o no piensan como nosotros, considerándolos como iguales, saber escuchar, ayudar y empatizar, Si somos tolerantes, seremos más cultos, más inteligentes y más humanos, seremos esponjas dispuestas a absorber conocimientos, experiencias y sentimientos de otras personas, siempre abiertos a nuevos aprendizajes.
- Eso sí, debemos empezar por ser tolerantes con nosotros mismos, de ese modo estaremos preparados para serlo con los demás,
- Todo a nuestro alrededor es aprendizaje, todo a nuestro alrededor es diversidad,
- Solo tenemos que abrir los ojos, con tolerancia, y el mundo será un lugar mejor para todos.
- Hagamos un poco de introspección y autocrítica constructiva, como docentes o padres, como personas, no exijamos a los demás lo que nosotros no somos capaces de hacer.
Es el momento, seamos más tolerantes. En la Maestría en Educación Inclusiva e Intercultural y otras titulaciones del área de Educación se te proporcionarán las herramientas, recursos, conocimientos e ideas necesarias para promover la igualdad y la inclusión en el aula, así como para valorar la riqueza intrínseca que supone todo tipo de diversidad,
- Más información Educación 3.0 (2018).80 cortometrajes para educar en valores,
- Educación 3.0,
- Fernández Pena.E.
- 2015).14 cortos para trabajar la convivencia escolar con niños (y no tan niños).
- Atención Selectiva,
- Luque Parra, D.J. (2008).
- Valores y necesidades educativas especiales: elementos para un estudio psicoeducativo.
International Journal of Developmental and Educational Psychology, Nº1, vol.3. Solla, C. (2013). Guía de Buenas Prácticas en Educación Inclusiva, Save the Children, Madrid. Artículo escrito por Ingrid Mosquera.
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¿Qué relacion hay entre laicismo y secularidad?
Laicismo, secularismo y secularización – El laicismo o laicidad puede entenderse como la dimensión político jurídica del secularismo o proceso histórico de secularización que dejó a la Iglesia al margen del poder. Curiosamente, la secularización, que es un rasgo distintivo de la modernidad, tiene su origen eclesiástico, de derecho canónico (.) fue utilizado en Múnich en mayo de 1646 durante los debates sobre la paz de Westfalia por el embajador francés Longueville para señalar el paso de propiedades religiosas a manos seculares.
- Este mismo sentido se mantiene aún en la voz secularización de la enciclopedia.
- La extensión semántica del término se produce con un lento proceso de afirmación de una competencia secular-laica y estatal sobre sectores de la realidad, de la cultura, del arte y de la ciencia hasta entonces controlados por la Iglesia a través de la teología, especialmente a partir de la ruptura de la unidad religiosa en el siglo XVI.
Los juristas regios franceses, los llamados “políticos”, lanzaban un eslogan para alejar a los teólogos de los problemas temporales: “Silete, theologi in munere alieno” (“Callad, teólogos en poder ajeno”). La tolerancia como respuesta a las guerras de religión suponía el derecho a adorar a Dios de acuerdo con la conciencia y también el primer origen histórico de los derechos humanos,
Fue un impulso grande a la secularización, que no dañaba a las creencias, sino a la presencia excluyente y autoritaria de la Iglesia. Estamos ante una progresiva mundanización de la cultura y de los saberes y de las relaciones sociales que se desarrollarán y culminarán en el Siglo de las Luces, donde la autonomía del hombre supera la necesidad de mediación de la fe.
Cabe destacar que es en la República Mexicana, precisamente durante la llamada “Guerra de Reforma” que los liberales mexicanos consolidaron la separación jurídica entre la Iglesia Católica y el Estado a través de varias disposiciones, resaltando entre ellas, la Constitución de 1857, en la que se decreta la laicidad en la educación pública; junta a esta disposición suprema hay que resaltar la importancia de la Ley de Desamortización de los Bienes de la Iglesia del 12 de julio de 1859, como culminación del referido proceso.
- A partir de ese momento, la separación Iglesia-Estado rige los principios constitucionales del país.
- Dice Giacomo Marramao en la pág.19 de su “Cielo y Tierra.
- Genealogía de la secularización” que esta opinión sobre el origen de la palabra es errónea.
- Dice textualmente: “En realidad esta convicción ―cuya exclusiva base filológica estaba constituida por una indicación ofrecida por Johann Gottfried von Meiern en su edición del 1734 del Acta pacis westphalicae publica―4 era, como se ha demostrado recientemente,5 errónea.
La referencia a la saecularisatio aparece ya a partir de los últimos decenios del siglo XVI en los debates entre canonistas franceses (y sobre todo en juristas como Jean Papon y Pierre Grégoire), pero con otro significado: el del transitus de regularis a canonicus, es decir,el paso de un religioso «regular» al estado «secular»;6 o más en general, como está documentado por otros estudios, «reducción a la vida laica de quien ha recibido órdenes religiosas o vive según la regla conventual».7″ Las notas a que referencia son estas: “5.Véase Strätz 1984, págs.789 y sigs.6.Papon 1559, pág.7; Grégoire 1592, pág.10; id., 1661, pág.250.7.Por ejemplo, Bergantini 1745.
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¿Que se entiende por laicismo?
Laicidad El laicismo también como actitud Carlos Pereda* *Instituto de Investigaciones Filosóficas, UNAM Recepción: 27/10/2005 Aceptación: 24/11/2005 I Las palabras no pocas veces embrollan, y llevan por el mal camino a creencias, deseos, emociones y, previsiblemente, a acciones.
Así, con frecuencia, provocan sucesivos desastres en nuestras vidas. Por eso, a menudo antes de comenzar a discutir sobre cualquier cosa, hay que tener en cuenta la regla de prudencia que advierte: ¡Ten cuidado con las palabras! Creo que en el caso de las palabras “laicismo”, “laico” debemos ser en extremo cuidadosos.
Como muchas claves de la vida política, apenas las pronunciamos y ya nos acosan acalorados debates que, más que iluminar algo, enredan; nos enemistan no sólo con las y los de enfrente, sino también con las y los de al lado. Por desgracia, no tengo demasiado claro como salir de los embrollos a que nos conduce discutir sobre el laicismo.
- De ahí que sólo intente, una y otra vez, rodear, sin acercármele demasiado, a algunos efectos —sólo a algunos— de varios usos de esta palabra, indicios de mucha gritería y dolores de cabeza.
- No se espere más.
- II Consultemos algún diccionario para aclararnos, o parcialmente aclararnos o, al menos, para empezar a atar cabos por algún lugar.
Alerta: sólo podemos acudir a diccionarios de tradiciones preponderantemente católicas e influidas por Francia. Al respecto, se dispone, por ejemplo, de diccionarios en español, en francés, en portugués, en italiano, pues palabras como “laicismo”, “laico”, que notoriamente tienen su origen en el concepto francés de república, ni siquiera poseen equivalentes en lenguas como el inglés o el alemán.1 Consultemos, pues, el Diccionario de la Real Academia Española: Laicismo, laico: Doctrina que defiende la independencia del hombre o de la sociedad, y más particularmente del Estado, de toda influencia eclesiástica o religiosa.
Pese al habitual laconismo de los diccionarios, en esta breve entrada hay ya varias palabras que inquietan: la palabra “doctrina”, la palabra “independencia”, las palabras “eclesiástica o religiosa” como si hicieran referencia casi al mismo asunto. En contra del orden de la entrada, sospecho que el adjetivo “laico” se predica, ante todo, respecto de los Estados, y sólo de modo derivado —¿y un tanto extravagante?— de las personas.
Quizá no haya algo así como “personas laicas”, sólo creyentes en diversas religiones, o agnósticos, o ateos, o indiferentes, o poco o nada preocupados por este tipo de creencias. Sin embargo, cualquiera de estas personas pueden o no tener actitudes laicas: actitudes que favorecen al Estado laico.
(Con esta observación no olvido que, por ejemplo, dentro de la Iglesia Católica se usa la palabra “laico” más o menos como sinónimo de “feligrés” y opuesta a “clérigo”, a “sin votos religiosos”. Este uso de “laico” no interesa en esta reflexión.) No obstante, de modo previo a la elaboración de algunas de las dificultades que aparecerán reflexionando sobre las palabras de esta entrada del diccionario, debemos preguntarnos: ¿por qué hay que defender la independencia de los Estados de las influencias religiosas? o expresada esta pregunta de modo más abarcador: ¿cuál es el problema importante, o problemas importantes, a los cuales una palabra que suscita tantas polémicas como “laicismo” pretende dar solución, al menos pretende hoy dar solución? Si no me equivoco, la respuesta más directa es el siguiente razonamiento de tipo más o menos hobbesiano (o al menos, con genealogía hobbesiana): en cualquier sociedad compleja se desarrollan varias concepciones de la vida humana, de cuáles son los valores fundamentales y a qué normas es preciso atenerse.
A menudo estas concepciones entran en conflicto entre sí. No pocas veces esos conflictos han sido sangrientos y hasta trágicos, como nos recuerdan las guerras de religión. De ahí que para evitar la peor situación posible, la guerra de todos contra todos, haya que disponer de un instrumento que garantice la convivencia socio-política y permita que quienes posean concepciones opuestas de la vida, lleven a cabo, en algún grado, sus planes privados sin impedir que los demás hagan lo mismo.
Ese instrumento no puede ser otro que un Estado laico: que un Estado que reconoce una pluralidad de concepciones valiosas de la vida. En este sentido, identificar un Estado laico con un Estado neutral con facilidad confunde, si por “Estado neutral” se entiende algo así como un “Estado sin valores”. Por supuesto, un Estado laico defiende también algunos valores, algunas normas.
Por ejemplo, se acepta la existencia de una pluralidad de concepciones de la vida como un valor decisivo, enriquecedor de la sociedad, que, a su vez, implica otros valores, digamos, el de la tolerancia. Esta trama de valores se opone a quienes defienden la posibilidad de una sola concepción valiosa de la vida: de alguna concepción absoluta de la vida, religiosa o ideológica.
- A este último fenómeno, mucho más común y ramificado, y con más poder tentador de lo que nos gusta aceptar, suele llamársele en los últimos tiempos “fundamentalismo”.
- Incluso quien acepte este razonamiento, de seguro preguntará: ¿de qué modo o modos un arreglo político como el Estado puede ser capaz de tal reconocimiento de la pluralidad y, así, lograr defender su independencia, al menos, respecto de las influencias religiosas? Exploremos algunas posibles condiciones.
III En primer lugar, no parece que suscite mucha controversia afirmar que se favorece a un Estado laico con la separación legal entre el Estado y la Iglesia o las Iglesias. Pero, en segundo lugar, ningún Estado a la larga sobrevive sin una sociedad con una vida pública acorde a sus ideales, que motive a los ciudadanos a respaldar sus instituciones.
¿Qué tipo de vida pública favorece más a un Estado laico? Se han propuesto dos modelos opuestos de vida pública para defender o, más bien, para llevar a cabo la independencia del Estado. Podemos llamarlos “el modelo de la vida pública vacía” y “el modelo de la vida pública llena” (en este contexto “vacío” y “lleno” pretenden operar como palabras descriptivas).
Según el modelo de la vida pública vacía, todas las creencias religiosas pertenecen en exclusiva al ámbito de lo privado, y ahí deben permanecer para siempre. Por eso, en la vida pública no se debe admitir el tráfico de creencias religiosas, ni la de signos religiosos, ni mucho menos se pueden tener en cuenta, a la hora de resolver los problemas de convivencia, las normas, los usos, las costumbres, propios de una religión.
En la vida pública sólo deben regir las leyes del Estado, y en los Estados democráticos, las leyes que recogen los derechos humanos y sus exigencias. Por el contrario, según el modelo de la vida pública llena, las creencias religiosas son demasiado importantes, demasiado definidoras de lo que constituye para una persona su identidad y sus bienes básicos, como para ser escondidas en lo privado.
De ahí que la única manera de lograr un Estado genuinamente independiente, es permitir que todas las creencias religiosas, y el espesor de todos sus signos, pueblen la vida pública y convivan los unos al lado de los otros. Una observación todavía, que vale la pena no pasar por alto cuando se discuten estos dos modelos de vida pública: las creencias religiosas, como cualquier tipo de creencias importantes, como las creencias morales, políticas, e incluso como algunas creencias científicas o estéticas, no se encuentran aisladas de muchas otras creencias, sino que forman fuertes tramas de creencias difíciles (o, para muchos, imposibles) de distinguir.
Así, los conflictos que suelen provocar los partidarios de las diversas creencias religiosas no son, pues, únicamente conflictos religiosos en sentido estricto: conflictos teológicos acerca del otro mundo (conflictos del tipo de si Dios es Uno y Tres, o sólo Uno, o de si además de la eternidad de las almas, habrá una resurrección de la carne, o problemas o, tal vez mejor, misterios de ese tipo).
Más bien, en la mayoría de los casos se trata de conflictos morales y políticos en este mundo. Para citar algunos debates recientes, y bien de este mundo, se trata, por ejemplo, de discusiones sobre el lugar de la sexualidad en la vida humana, la despenalización del aborto, la legalización de los matrimonios homosexuales, la regulación de la eutanasia, la estructura de la familia, el papel de la mujer en la sociedad, cuando no, directamente, el apoyo a ciertos partidos políticos y el repudio de otros.
- Para el modelo de la vida pública vacía, pues, menos es más; para el modelo de la vida pública llena, sólo más es más.2 En varias ocasiones se han bautizado a estos modelos con nombres prestigiosos.
- Así, se suele llamar al modelo de la vida pública vacía, “modelo liberal”, y al modelo de la vida pública llena, “modelo multiculturalista”.
Más todavía, algunas veces se han buscado héroes de la tradición para presidirlos. Así, se vincula al primero de estos modelos con Kant, y al segundo con Hegel. Sin embargo, en primer lugar, hay muchas y variadas formas de entender al liberalismo. Sin ir más lejos, el liberalismo “descriptivo” de Hayek, Lord Acton o incluso Raymond Aron —tan influyentes en la primera mitad del siglo xx—, a primera vista, al menos, parece tener fuertes diferencias con el reciente liberalismo “moralmente normativo” de John Rawls o Ronald Dworkin (que para algunos partidarios de los primeros es sólo una forma de social-democracia).
Por otra parte, también hay muchas formas de concebir al multiculturalismo. En segundo lugar, en los últimos tiempos se han multiplicado las lecturas de Kant y de Hegel que cobijan o excluyen ambos modelos. De ahí que en esta reflexión prescinda de estas espléndidas referencias históricas (que, si uno no se demora en profundizarlas con cuidado, más que aclarar algo, nos apabullan en medio de la usual catarata de glosas e interpretaciones, cuando no de exasperantes listas de nombres propios).
Me limitaré, pues, a razonar estos modelos, llamándolos simplemente “modelo de la vida pública vacía” y “modelo de la vida pública llena”. ¿Qué decir acerca de cómo favoreces cada uno de ellos al Estado laico? Pero, ¿puede acaso haber un instrumento que haga posible una sociedad en la que sean capaces de convivir concepciones en conflicto de los valores y normas fundamentales con las que constituimos nuestras identidades, nuestros ideales de buena vida? ¿o tal posibilidad no existe, y con expresiones como “Estado laico” sólo se proponen vanas fantasías para defender mejor los intereses particulares de algún grupo? IV Observemos que, en contra de lo que a veces señalan —con malas razones— quienes defienden a alguno de estos dos modelos, se trata de dos modelos ideales: esencialmente ideales.
- Por un lado, de hecho, ninguna vida pública se encuentra vacía “de influencia eclesiástica o religiosa”, ni podría estarlo.
- La religión ha sido y continua siendo un fenómeno demasiado importante en todas las culturas que conocemos para que sus diversos signos, y hasta sus argumentos, no se encuentren por doquier.
Los edificios de una o varias religiones están ahí, mostrándose y, a veces, hasta ennoblecen nuestras ciudades. ¿Cómo ocultarlos de la vista pública? Se observará: al menos, si bien es imposible ocultar las catedrales, las sinagogas, las mezquitas, no permitamos que las palabras y los razonamientos de las religiones pre-condicionen la vida pública futura, por ejemplo, eliminémosla de los trabajos de la escuela.
Se aconsejará, así, que un Estado no debe apoyar económicamente escuelas confesionales y, mucho menos, ofrecer cursos de religión en las escuelas del Estado, y hasta debería eliminar a todo autor religioso de los ejercicios escolares. (Se sabe: la escuela ha sido uno de los lugares privilegiados en torno a los cuales se han discutido con pasión los problemas del laicismo.) El problema con este tipo de medidas “todo-o-nada” es su impracticabilidad.
Por ejemplo, una medida “todo-o-nada” de este tipo, entre nosotros equivaldría, no a suprimir un autor o dos o siete de la tradición cuyo vehículo es la lengua española, no llevaría a prescribir a Manrique, a fray Luis o a Calderón, sino. a gran parte de la historia de nuestras diversas literaturas.
Tal vez se sugiera que hay que enseñar a esos autores “de manera laica”: haciendo abstracción de sus contenidos religiosos. No sé en qué podría consistir esa enseñanza. Pues tales autores suelen presuponer, o directamente articular, apasionados alegatos en pro del Cristianismo que, de seguro, persuadirán a muchos estudiantes.
Un recuerdo: yo asistí a una escuela secundaria militantemente laica, y mi profesora de literatura era atea, notoriamente marxista. Pero era una gran, gran profesora. Previsiblemente, cuando leímos a San Juan de la Cruz varios compañeros comenzaron a entrever experiencias místicas, y cuando leímos a Unamuno nadie quedó inmune frente a los desafíos cristianos que planteaba.
- Hubo incluso apasionadas conversiones.
- El ejemplo es elemental pero ilustrativo: aunque el camino a veces es muy largo, y a menudo tortuoso, no sólo los Estados y sus funcionarios saben muy bien que, de una inocente clase de literatura, mediante el fervoroso cultivo de ciertas creencias, deseos, emociones y expectativas a la larga, se puede llegar.
a la nobleza moral o al asesinato en nombre de la Guerra Santa. De lo contrario no habría tantos intereses y polémicas -en las que razonablemente suelen inmiscuirse grandes grupos de la población-sobre quiénes deben educar y qué cosa y cómo. Ah., argumentarán los partidarios del segundo modelo, puesto que no es ni siquiera posible vaciar la sociedad de las creencias religiosas de su tradición, entonces, nosotros tenemos razón: llenémosla de todas las creencias religiosas.
- Reformemos el canon de cada cultura y agreguémosle los representantes de todas las creencias religiosas y anti-re-ligiosas que encontremos, por lejanas que se hallen de la propia tradición.
- Los partidarios del segundo modelo precisarán: si bien el primer modelo es ideal, el segundo modelo es, pues, bien realizable.
Esta conclusión también se equivoca: no hay vida pública sin exclusiones y, en particular, sin la exclusión de algunas creencias religiosas. Por ejemplo, respecto de la escuela, incluso con el criterio más amplio posible, y por mejor que se elijan los textos, algunos le resultarán tanto al profesor como al estudiante, por ajenos, rarísimos, y en muchos casos, ininteligibles.
En las tradiciones impregnadas de Cristianismo como la nuestra, de seguro será una excepción el profesor que pueda explicar a Buda con la misma apasionada simpatía, o antipatía, que explique a San Pablo. El segundo modelo es tan ideal como el primero. ¿Qué hacer? V El modelo de la vida pública vacía tiende, sin duda, a la represión.
Puesto que ninguna vida pública se encuentra de hecho vacía de creencias religiosas, quienes defiendan el primer modelo, intentarán vaciarla con todos los medios de que pueda disponer el Estado o sus organizaciones y grupos de presión (escuelas, universidades, ejércitos, policía, medios masivos de comunicación.).
- Pero como las creencias religiosas suelen encontrarse muy arraigadas en las vidas de las personas, entonces, los intentos de vaciar la vida pública de signos religiosos, tarde o temprano, suele acabar en actos de violencia.
- A su vez, el modelo de la vida pública llena tiende, primero, a la fragmentación social, a la falta no solo de unidad, sino hasta de interrelaciones enriquecedoras entre los diversos grupos: la vida pública se hace pedazos en diversas subculturas sin conexión entre sí.
Los católicos se limitan a tener relaciones no instrumentales con los católicos, los bautistas con los bautistas, los metodistas con los metodistas, los judíos con los judíos, los musulmanes con los musulmanes (y los conservadores con los conservadores, los socialistas con los socialistas.).
- Esta descomposición social provocada por diferentes procesos, no sólo de diferenciación, sino de aislamiento incluso militante es, por lo demás, quizá uno de los mayores peligros de la cultura contemporánea.
- De esta manera, en plena era de la globalización —para usar palabras de moda—se produce algo tan grave —la expresión es pomposa pero creo que es justa— como la desaparición del mundo: su reducción a una serie incoherente de submundos más o menos soberanos sin relaciones importantes entre sí.) En circunstancias propicias, y de vez en cuando las hay, lamentablemente, esta multiplicación desordenada de submundos conduce también a la confrontación entre las diversas creencias y, así, a la guerra entre submundos, latente o abierta.
Por el contrario, sería deseable, y hasta maravilloso, encontrar, digamos, en la ciudad de México o en Madrid, una escuela secundaria en donde jóvenes con corbatas, cruces, con kippas, con velos y con burkas procurasen entresacar en la admirable prosa de Quevedo sus numerosos y terribles prejuicios, o con calma y cuidado evaluasen los muy inteligentes argumentos teológicos de Suárez y observasen, por ejemplo, “esta premisa no convence, ésta, en cambio, sí”.
Los partidarios del primer modelo observarán que situaciones de ese tipo no constituyen más que fantasías. De seguro algunas de esas jóvenes se sentirán, no sin razón, ofendidas por las groserías de Quevedo frente a cualquier creencia religiosa que no pertenezca a la iglesia Católica, si es que el velo o la burka les permite comenzar a leerlo, y sobre todo, si es que sus padres no tiraron el libro a la basura apenas llegaron de la escuela.
Porque —proseguirán razonando los partidarios del primer modelo— el velo o la burka, como la cruz o las kippas, no suelen ser signos puramente externos (ni siquiera las corbatas lo son). En la mayoría de los casos consolidan barreras mentales difíciles de superar y que, de inmediato, suscitan otras barreras, muchas veces incluso sin demasiada conexión con las primeras.
El fanatismo se contagia con alarmante rapidez y crece, crece. Por eso, la proliferación de signos religiosos, en no pocas ocasiones, constituye una preparación para la guerra: lejos de tener el efecto que suelen atribuirle los defensores del segundo modelo, tiende, así, a la agresión. En sociedad plurales, que, nos guste o no, cada vez se vuelven más multiculturales, cuando aparecen algunos signos religiosos de inmediato suelen aparecer los otros, y así sucesivamente.
De esta manera, a partir del segundo modelo también se acaba, como suelen hacerlo quienes defienden el primer modelo: en actos de hostilidad más o menos encubierta, cuando no de abierta violencia. De nuevo, ¿qué hacer, no por supuesto para evitar los conflictos, que mientras haya vida humana no sólo son inevitables sino a menudo preciosos, sino para detenernos unos pasos antes, al menos un paso antes, de que los conflictos nos conduzcan a la violencia generalizada: a la violencia de la represión, o a la posible escalada de la violencia que conduce al terror y a la guerra? VI Sin duda, se trata, al menos, de implementar leyes y políticas de convivencia mínimamente cooperativas, dadas las condiciones de las sociedades plurales, o multiculturales, en donde tendremos que enfrentar tal vez para siempre varios tipos de creencias irreconciliables, entre otras, en torno a la religión (a favor o en contra de una o varias religiones) y también —lo que constituye una circunstancia mucho más diferente de lo que el diccionario que consultamos parece suponer— varios tipos de creencias en torno a las autoridades eclesiásticas.
Quizá no sea ocioso agregar que cuando algunos diccionarios bilingües, por ejemplo, español-inglés o español-alemán, intentan traducir la palabra “laicismo” introducen la palabra “secularidad”, palabra que, por supuesto, pertenece a familias conceptuales emparentadas, pero diferentes. Sin embargo, si no me equivoco, mucho de lo que en esta reflexión se ha anotado en relación con las palabras “laico”, “laicismo”, tal vez puede ser útil para reflexiones en torno a lo que se entiende como “procesos de secularización” e incluso frente al concepto de tolerancia.
No hay, pues, leyes ni políticas precisas, fijas y generales para habitar, o siquiera favorecer a un Estado laico, ninguna “doctrina” —para discrepar otra vez con el diccionario—, ningún modelo único de vida pública apto para cualquier circunstancia histórica, pero sí una actitud.
¿Qué es eso? Con la palabra “actitud” solemos entender la disposición de una persona para enfrentar algo o a alguien o actuar de cierta manera. Así, habitualmente una actitud se constituye con cierta trama de deseos, creencias, emociones, expectativas. Propongo contrastar entre dos tipos de actitudes.
En primer lugar, tenemos actitudes determinadas: singulares o particulares. Por ejemplo, mi deseo de tener abrigo para protegerme del frío, mi creencia “la nieve es blanca”, mi expectativa de recibir algún día un aumento de sueldo, mi miedo por un retraso del autobús.
- Como muestran esos ejemplos de actitudes singulares y particulares podemos distinguir la clase de actitud por el contenido concreto, específico, de la actitud, y podemos describir ese contenido con uno o varios enunciados determinados.
- En segundo lugar, tenemos actitudes subdeterminadas como mi deseo de tener una buena vida, o mi creencia de ser un buen profesor, o mi expectativa de que mis hijos tengan un futuro feliz, o mi miedo ante la vejez.
En ninguno de estos casos se trata de actitudes concretas y cualquier lista de enunciados determinados con que pretendamos describir el objeto de la actitud sería ilimitada. Las actitudes subdeterminadas son, pues, actitudes generales: densas y con límites difusos, desbordando toda determinación proposicional.
- La actitud del laicismo es una actitud general; como se dice, un talante.
- Como tal conforma una actitud subdeterminada.
- De caso en caso, a partir de ella se actuará en pro del Estado laico inclinándose por algunos aspectos u otros de los modelos ideales de vida pública que se elaboraron, aunque sin abrazar definitivamente a ninguno.
Sin embargo, ¿qué más se ha recogido en estos rodeos en torno a los problemas del laicismo, fuera de evitar que se argumente a partir de la razón arrogante y su lema “yo tengo toda la razón y quienes no piensan como yo están en el error”, y de señalar la existencia de una imprescindible dialéctica entre cierto tipo de Estados y cierto tipo de actitudes? Respecto del último punto, en relación con cualquier actitud subdeterminada podemos anotar algunas reglas de prudencia para describirla, y en parte determinarla un poco.
Así, propongo varios consejos propios de quien tome en serio la actitud del laicismo y, de seguro, también, de quien tome en serio la actitud general de la secularización 3 que permiten consolidar, una y otra vez, la imprescindible alimentación y retro-alimentación entre las actitudes laicas o seculares y los Estados correspondientes: Consejo 1: Aquí, en este mundo, nadie está en condiciones de hablar en nombre de Dios.4 Eliminemos, pues, del discurso público, y si es posible, de todo discurso, la posibilidad de hablar “en nombre de Dios”.
incluso quienes creen en Él saben que Sus caminos no son los nuestros. (Ésta no es la advertencia de algún anarquista descarriado, sino del profeta isaías). De ahí proviene la soberanía de lo temporal y el hecho de que no hay algo así como un derecho divino que respalde ninguna autoridad en las cosas de este mundo.
(Por ejemplo, no existe “el derecho divino de los reyes”.) Por supuesto, también tendremos que reiteradamente despertar de los “sueños dogmáticos” de algún sucedáneo más o menos secular de Dios (pseudo-certezas como la sangre, la raza, la Historia, los usos y costumbres de una tradición, alguna doctrina —¿pretendidamente científica?— que no se puede poner en duda, el Jefe infalible que llega por encima del blanco mar para ordenar qué tenemos que creer, y hacer.).
Sí, la lección es dura pero inevitable: cualquier tentativa de “sacralizar la política”, de legitimarla religiosamente o con alguno de sus sucedáneos (funcionalmente equivalentes), tarde o temprano acabará en formas de violencia. En las constituciones democráticas la única fuente de legitimidad es la soberanía popular (el consentimiento de los gobernados).
- De esta manera, si no se quiere recurrir a la violencia, cada vez que haya un conflicto social se tendrá que recurrir a la política y, así, habrá que negociar y justificar con razones las diversas maneras de actuar.
- Consejo 2: No confundas los pocos principios morales no negociables con tus costumbres y tus muchas idiosincrasias, manías y caprichos.
A veces -¿paradojalmente?- con la expresión “persona de principios” se ridiculizan posturas inflexibles y cerradura mental. Esta confusión posee, entre otros, dos respaldos bien conocidos. En primer lugar, la suposición de que aplicar un principio general es un asunto mecánico o casi: que se lo puede hacer sin explorar, y razonar, los muchos aspectos, y con frecuencia, los recodos inesperados de una situación.
Estamos ante esos “militantes rigurosísimos” que andan por el mundo guiándose en exclusiva por “sus convicciones” y produciendo a su paso una serie ininterrumpida de catástrofes. Al respecto, se conoce su temible lema: “hágase justicia y que el mundo perezca”. (Ya Hegel advirtió acerca de los frecuentes argumentos resbaladizos que nos arrastran de las formas más admirables de la moralidad al terror.) 5 Sin embargo, cotidianamente, tal vez se contribuye todavía más a la —lamentable— tendencia a convertir la expresión “persona de principios” en sarcasmo, la inclinación —muy propia de la razón arrogante— a justificar moralmente la conducta en principios que no son tales: que son meros hábitos y costumbres de una tradición o de un fragmento de una tradición, cuando no miedos y ansiedades y hasta tics muy personales (o una mezcla explosiva de todo ello).
Para poner ejemplos extremos -¿aunque inofensivos?-, se trata de esos maniáticos minuciosos que convierten cualquier asunto -usar el cabello largo o corto, bailar tango o rock, hablar español o inglés, ser argentino o chileno.- en una “cuestión de principios”.6 (También a menudo se confunde tener una personalidad fuerte con tener una voz fuerte o habilidosa: una voz que sabe seducir o simplemente imponerse, sin razones y, no pocas veces, con un mínimo contenido.) Consejo 3: No reniegues de las autoridades, cuando lo son, pero intenta evitar las diversas imposiciones.
- No olvidemos que, según la etimología latina, la palabra española “autoridad” deriva de augere: hacer crecer.
- El Diccionario de Autoridades caracteriza la autoridad como “excelencia, representación, estimación adquirida” y entre otras fuentes de tales valores, se señala “la rectitud de la vida y eminencia de la virtud” y “lo grande de la sabiduría”.
Se agrega que la palabra “autoridad” también significa “crédito”, “verdad y aprecio”. En este sentido con razón se usa esta palabra en expresiones como “una persona con autoridad” o “la autoridad de las ciencias”, “la autoridad de la tradición”, “la autoridad de la experiencia”, “la autoridad de los experimentos”.
Nos apoyamos en tales autoridades para comenzar a aprender: para explorar un asunto o para desarrollarnos. De esta manera, en cualquiera de estas expresiones autoridad no implica infalibilidad y se opone a autoritarismo o sumisión incondicional, sin razones, a un poder. (Por eso: ¡cuidado con dar crédito a pseudo-autoridades o permitir que una autoridad en un ámbito procure valer más allá de él!) Así, una de los tantos efectos de la oposición “tener en cuenta las autoridades” versus “aceptar imposiciones” consiste en esta otra oposición, tan propia de cualquier proceso de aprendizaje, “razonar versus indoctrinar”.
Consejo 4: En una sociedad multicultural habrá usos y costumbres muy importantes, propios de las diversas subculturas que la componen, que tal vez despierten la desaprobación de algunos de esos grupos, y hasta su repugnancia, y que, sin embargo, se tendrán que tolerar, 7 si no se quiere recurrir a la violencia.
Espontáneamente no nos gustará cómo mucha gente se viste, cómo lleva el cabello, qué música escucha, qué olor tiene, qué come, qué lee, qué piensa de la familia, de los sindicatos y las corporaciones, en qué trabaja, qué hace en su tiempo libre, cómo festeja, cómo educa a los niños, qué idioma habla y cómo, qué opina de la economía de mercado, cómo organiza su vida sexual, cómo construye sus casas, cómo evalúa al liberalismo, al socialismo, de qué llora, qué admira, qué le preocupa, qué repudia.
Sin embargo, si no queremos recurrir a la violencia, abierta o encubierta, tendremos que vencer la repugnancia y aprender a convivir con ellas y ellos, no como amistades con las que simpatizamos, pero sí como ciudadanos que respetamos y queremos establecer con ellas y ellos algún tipo de colaboración.
(Después de todo, desde hace ya mucho tiempo, quien ha querido, ha podido aprender que una sociedad no es un club de pares y, mucho menos, una hermandad.) Sin embargo, tal vez una expresión como “tendremos que vencer nuestra repugnancia” es ya un signo de que somos esclavos de nosotros mismos, de nuestras manías u obsesiones, o de las de nuestro grupo: de que se toma demasiado en serio la afiliación a alguna Secta de los Monótonos —a alguna concepción absoluta de la vida— como para tener en cuenta el consejo 4.
Porque como primer paso —aunque a veces sólo sea un momentáneo primer paso— tenemos que aprender a reírnos de las extravagancias ajenas y, en particular, de vez en cuando, regalar a las propias abrasadoras carcajadas.8 Consejo 5: No hay obstáculo más pernicioso en la vida legal y política que suponer que puede haber un consenso moral que subsuma los aspectos más importantes de la buena vida a que todas y todos aspiramos.
Siempre habrá diferencias morales incluso fundamentales y, por supuesto, en lo que atañe a los programas políticos, diferencias no menos fundamentales.9 Acaso el fin de los conflictos ¿no sería el fin de la vida humana, entre otras razones, porque sería el fin de la libertad? De ahí el peligro de aquellas Utopías con pretensiones de consensos demasiado abarcadores: demasiado totalizadores de la vida.
Así, parte de cualquier socialización razonable consistirá en aprender a soportar que no sólo habrá usos y costumbres que nos repugnan, sino que habrá problemas de vida o muerte sobre los cuales quizá nunca se pondrán de acuerdo los ciudadanos incluso de la sociedad más racional y justa y de convivencia más armónica.
- Me refiero a problemas tan decisivos, entre tantos otros, como la moralidad del aborto o de la eutanasia, si se aprueba o no la pena capital, o en qué circunstancias, si es que en alguna, se acepta ir a la guerra.
- En situaciones como éstas habrá que esforzarse por negociar, pues, normas legales que permitan la convivencia de personas con valores y normas morales, en lo que atañe a muchos aspectos de la vida, diferentes.
Consejo 6: Una tarea de los Estados, de las sociedades civiles, de las instituciones públicas, de las organizaciones no gubernamentales, en general, de la política y, sobre todo, de la cultura en las sociedades radicalmente multiculturales de hoy, consiste en establecer redes que interre-lacionen, en varias direcciones, los diversos submundos.
Este consejo no intenta cancelar, ni siquiera ligeramente mitigar el consejo 5. No se sugiere restringir la diferencia o, más bien, las diferencias, sino evitar sus crecimientos patológicos: que cualquier particularidad se convierta en muralla, a la vez, autoprotectora y agresivamente excluyente de todo lo otro, incluso de los valores más decisivos que pueda tener el otro.
(En la vida cotidiana, a menudo la patología de la diferencia se vuelve simple y llanamente una incapacidad sistemática para la inclusión y, así, una forma elocuente de la mezquindad. Se conoce esa molestia, que se podría llamar “conducta de los falsos misterios”: palabras a medias, complicidades, secreteos y aires conspirativos, no pocas veces procurando que el otro crea que se lo excluye de algo muy importante.) De esta manera, este consejo invita a rescatar la unidad compleja, tensa, del mundo, del mundo en común —ancho, a veces demasiado ancho y, en gran medida, ajeno— y de los aprendizajes en la vida pública, 10 fuera del guetto.
Se procura vincular, interrelacionar, dejarse desafiar por lo que nos cuestiona, fortalecer las plazas públicas más allá de todas las Sectas de los Monótonos: de los laberintos de los submundos (de los intereses y vanidades con que suelen encuadrarse las religiones, los partidos políticos, los Estados y sus instituciones, las subculturas nacionales, los grupos de cualquier índole, incluso los de apariencia más generosa —como algunas organizaciones no gubernamentales—.
Por desgracia, los medios masivos de comunicación y, con influencia cada vez menor, los intelectuales, que podrían constituir valiosas herramientas para contrarrestar la tendencia sectaria y construir plazas públicas, una y otra vez también se empeñan en levantar murallas).
VII Quiero insistir todavía en tres observaciones. Primera observación: espero que ninguno de estos apresurados consejos para determinar un poco la actitud subdeterminada del laicismo, o la actitud general de la tolerancia, o de quien procura una actitud secular (¿o simplemente razonable?) implique, o siquiera pueda sugerir, el relativismo moral.
En este sentido, hay que distinguir al relativismo moral del pluralismo moral, incluyendo esa forma radical de pluralismo que es el multiculturalismo. Todo pluralismo admite que frente a un problema moral a menudo -aunque no en todos los casos- hay varias respuestas correctas.
Sin embargo, a diferencia del relativismo, el pluralismo considera que hay muchos límites a esas respuestas y, sobre todo, que todas las posibles respuestas correctas, de ser puestas en duda, tendrán que apoyar su pretensión de autoridad, en razones. Se trata, entonces, de esforzarnos por mantener una mente abierta ante los otros y de negociar legal y políticamente hasta donde podamos moralmente hacerlo —teniendo en cuenta que, a menudo, somos capaces de hacerlo mucho más de lo que nuestros prejuicios y nuestra inmensa fatiga mental nos hacen suponer, si atendemos al consejo 2—.
Pero se trata de negociar lo moralmente negociable: de tolerar lo moramente tolerable. Por otra parte, y en conexión con algunas dificultades para mantener, a la vez, una mente abierta pero no abierta al “todo vale”, no se olvide: con frecuencia suele haber muchas dificultades para aplicar un principio moral.
Así, no pocas veces no está nada claro cuáles son las posibles respuestas moralmente correctas: cuáles son los límites morales de lo legal y políticamente negociable. Por ejemplo, respecto de un principio moral tan central como el de respetar la autonomía de las personas, fuera de algunos contraejemplos notorios como el secuestro, el asesinato, la esclavitud o el terror, o el tratamiento diferente en el trabajo por ser mujer o poseer cierta orientación sexual y algunos casos similares, permanentemente quedará una zona abierta pero oscura, conflictiva, resbaladiza en la que se propondrán posibles aplicaciones del principio en cuestión, en algunas ocasiones aplicaciones incluso contrapuestas.
No pocas veces, estas dificultades suelen multiplicarse en los ámbitos de la política. Por ejemplo, para aplicar en la educación un principio moral como el del respeto a todas las personas como fines en sí mismo, ¿se debe disponer de instituciones públicas con un currículo que incluya temarios obligatorios o hay que permitir que los padres elijan por completo que van a aprender sus hijas e hijos? Frente a catástrofes políticas, ¿el Estado debe propiciar pactos de olvido en pos de la convivencia o procurar recobrar, e incluso institucionalizar, la memoria del horror? Problemas todavía mayores con este principio aparecen en casos de multiculturalismo fuerte: el Estado, en situaciones de vida o muerte, ¿puede obligar a que una persona sea asistida por cierto tipo de medicina, incluso contra su voluntad, o si carece de ella, contra la voluntad de sus familiares? ¿Debe el Estado prohibir o limitar o siquiera advertir acerca de la ingerencia de productos comprobadamente nocivos para la salud? Preguntas difíciles de responder como éstas muestran la importancia de estar dispuestos a continuamente enriquecer los ámbitos de cada subcultura atendiendo la autoridad de nuestras diversas experiencias, y participando en argumentaciones que desborden la propia subcultura: argumentaciones públicas morales, políticas, legales, religiosas, y también científicas, y hasta estéticas.
- Segunda observación: al desarrollar consejos como los enlistados, de seguro se producirán tensiones que sería de la mayor utilidad recoger en argumentaciones lo más elaboradas posible.
- Tercera observación: sería bueno que quienes se arriesgaran a proseguir con estos ejercicios de vagabundo en torno a la actitud general del laicismo y también en torno a la actitud general de la tolerancia, o acerca de la secularización, o en relación con los impostergables diseños de políticas razonables, procurasen agregar más consejos a esta primera lista, tentativa, incompleta para siempre.
Notas 1 Cfr. Regis Debray, “La laïcité: une exception francaise”, en H. Bost (ed), Genese et enjeux de la laïcité, Geneve, Lobor et FIDES, 1990, pp.199-206; Pablo da Silveira, “Laicidad, esa rareza”, en Revista Prisma, Montevideo, núm.4, 1995, pp.154-83.2 Pablo da Silveira distingue tres concepciones de la laicidad: “laicidad de combate”, “laicidad como abstención y “laicidad plural”, art.
cit. pp.21-26. En parte al menos, los dos primeros sentidos caen bajo el modelo de la vida pública vacía, y el tercero bajo el modelo de la vida pública llena. Su admirable ensayo, además, repasa con minucia el papel de la religión en la vida pública de diversos países: en Bélgica, Holanda, Alemania, y Estados Unidos.3 Lo que llamo “la actitud general del laicismo” posee muchas relaciones con lo que Carlos Thiebaut entiende por un sujeto “poscreyente” y reflexivo, propio de una cultura genuinamente ilustrada: “el poscreyente es consciente del falibilismo de sus creencias de hecho sostenidas” en Vindicación del ciudadano.
Qué es el laicismo
Un sujeto reflexivo en una sociedad compleja, Barcelona, Paidós, 1998, p.262. Me pregunto si no se puede ser un sujeto reflexivo si se considera que ciertas creencias (por ejemplo, en Asuntos no de este mundo como si Dios existe, y si es Uno y Tres, o sólo Uno) pertenecen al ámbito de la fé, y por lo tanto, no son falibles.4 Este es un punto en el que insiste, con mucha razón por supuesto, Roberto Blancarte en su informativo ensayo “Definir la laicidad (desde una perspectiva mexicana)” en Revista internacional de Filosofía Política, núm.24, diciembre 2004, pp.15-27.5 Cfr.G.W.F.
Hegel, Fenomenología del Espíritu, trad.W. Roces, México, Fondo de Cultura Económica, 1966; en particular la sección titulada “La libertad absoluta y el terror”, pp.343350 6 Un pensador nada sospechoso de carecer de preocupaciones morales, I. Kant, en la segunda Crítica, diagnostica a las confusiones señaladas en el consejo 2 como productos de un “modo de pensar.
fantasioso”, que propicia el sentimentalismo moralista, cuando no, el “fanatismo moral” y, así, todo “tipo de arrogancia”, Crítica de la razón práctica, trad. de R.R. Aramayo, Madrid, Alianza, 2000. Por eso, una de las tareas del juicio consiste en distinguir entre asuntos moralmente indiferentes -tomar cerveza o vino, usar turbantes o sombreros.- de los asuntos morales genuinos, como el rechazo al secuestro, a la tortura o la descriminación por el sexo o el color de la piel.
Cf. Metafísica de las costumbres, Introducción a la teoría de la virtud, XVI, A53, trad. de A. Cortina y J. Conill; Madrid, Tecnos, 1989.7 Tanto en Vindicación del ciudadano, como en De la tolerancia, Madrid, Visor, 1999, Carlos Thiebaut distingue muy útilmente entre dos conceptos de tolerancia: tolerancia negativa y tolerancia positiva.
En De la tolerancia señala Thiebaut: “La tolerancia positiva es la otra cara de la tolerancia negativa. Ésta nos reclamaba sólo que restringiéramos nuestros iniciales desacuerdos sobre la base de un sistema superior de razones (de razones de estrategias, de razones prudenciales, de razones que expresan la universalidad de la dignidad y la libertad humanas).
- Pero comprender las razones de otros y aceptarlas de tal suerte que modifiquen, aunque sea localmente, las propias es darle al otro un lugar en el espacio de nuestras argumentaciones”, p.68.
- En esta distinción de ambos conceptos, la expresión que quiero subrayar es “darle al otro un lugar en el espacio de nuestras argumentaciones”.
Este “darle al otro un lugar” fija el pasaje decisivo de la tolerancia negativa a la tolerancia positiva o, si se quiere usar otro vocabulario, el de Kant en Hacia la paz perpetua, el pasaje de la tolerancia a la hospitalidad.8 La risa es una de las expresiones más primitivas del poder de la primera persona: de su capacidad de distanciarse de las otras y de los otros, y de sí misma.
Se trata de algo así como un gesto que, por un momento, borra las jerarquías, cuestiona y desafía “arzobispos, doctores, patriarcas, potestades” (para servirme de un verso del Arcipreste de Hita) y abre, de par en par, la puerta a la posibilidad de otros valores, de otras normas: invita a la aventura de otras formas de vida.
Con razón, lo mejor de la honestidad española, de Cervantes a Savater, ha vinculado tolerancia y humor.9 Javier Muguerza ha insistido -¿en exceso?- en el valor del disenso. Cf. su libro Desde la perplejidad, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1990.10 Cf.
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¿Qué promueve el laicismo?
Const. Doctrina o corriente ideológica que promueve una completa independencia del Estado respecto de cualquier instancia religiosa. Implica la exclusión del factor religioso del ámbito público, relegándolo a la esfera estrictamente privada de la conciencia individual.
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¿Cómo influye la tolerancia en la educación?
La educación en la tolerancia se enmarca dentro de las relaciones entre el individuo y los miembros de la comunidad (escolar, local, regional, ). La convivencia entre distintas personas hace cada vez más necesario apren- der a desenvolverse con seguridad y de forma respetuosa entre los demás.
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¿Que nos puede aportar sobre la educación para la tolerancia?
Beneficios de educar en tolerancia, diversidad y respeto
- SILVIA ÁLAVA // PSICÓLOGA //
“No hay educación si no hay verdad que trasmitir, si todo es más o menos verdad, si cada cual tiene su verdad igualmente respetable y no se puede decidir racionalmente entre tanta diversidad” Fernando Sabater. Educar en la tolerancia y en el respeto es uno de los grandes retos de la humanidad, pero también es la llave para el cambio a una sociedad mejor, más justa, más humana y donde la paz y el diálogo puedan estar presentes.
- Las personas educadas en la tolerancia son menos manipulables, dado que son más sensibles a las necesidades de los demás, a no faltar al respeto, a no menospreciar a los diferentes, por lo que es menos probable que calen en ellos determinados discursos basados en prejuicios y en el odio.
- Favorece la toma de decisiones propia.
Al ser menos manipulables y fomentar su sentido crítico los menores son más capaces de decidir por sí mismos, sin dejar que las opiniones de los demás, o los estereotipos impuestos desde fuera les condicionen. Cuando educamos en tolerancia, los menores se vuelven más empáticos, son más capaces de ponerse en el lugar de los demás, de ver que hay diferentes formas de pensar y de actuar, y aprenden a respetar las opiniones diferentes y sobre todo los sentimientos y emociones de los demás.
Al educar en diversidad los niños entienden que todos somos diferentes, que todo vale y que cada uno puede aprender de forma diferente, lo que de nuevo favorece la, Educando en tolerancia y respeto fomentamos la autoestima, dado que fomentamos que se respeten a sí mismos y a los demás. Respetar a los demás y ser tolerantes con los demás nos lleva al respeto hacia uno mismo y evita que nos machaquemos y fustiguemos por nuestros errores.
Fomenta la sociabilidad. Educando desde el respeto y la tolerancia no solo enseñamos a ser educados y dar las gracias, sino que se fomenta que estén más abiertos a conocer a más gente, a no juzgar a las personas diferentes, a respetar que existen otros puntos de vista diferentes Son menos violentos y agresivos.
Los menores educados en el respeto y la tolerancia son menos violentos y emiten menos conductas agresivas, porque han aprendido que esta es una forma de no respetar y lastimar a los demás, y porque viven en un ambiente donde bajo ningún concepto son legitimadas ninguna forma de violencia. Tienen menos prejuicios.
Cuando educamos en tolerancia, aprendemos a respetar al diferente a verle como una persona, con sus defectos y virtudes yendo más allá del grupo social, raza, etnia o religión a la que pertenezca. Es menos probable que practiquen o sean víctimas de, Cuando educamos en la tolerancia, en la diversidad y en respeto, entendemos que cada persona es un ser único, e irrepetible con unas circunstancias diferentes, con su propia forma de ver la vida, de entender las cosas y con sus emociones y sentimientos, por lo que es más difícil que se den conductas de acoso dentro y fuera del aula.
- Son más sensibles a la diversidad.
- Esto implica entender que no todos somos iguales, y que no todos tenemos las mismas necesidades, ni la misma forma de aprender, y aprenden a respetar los tiempos y las necesidades de los demás.
- Nos abre la mente, cuando los menores están abiertos a gente distinta, nuevas ideas, nuevas experiencias, nuevos pensamientos, aprenden que no solo su realidad es posible.
Se genera más confianza. Cuando los niños saben que no van a ser juzgados y que su opinión pese a ser diferente será tenida en cuenta, se sienten más libres para decir y hacer lo que sienten, lo que también repercute en la confianza y seguridad en ellos mismos.
- Aprenden a resolver conflictos.
- Educando de esta forma enseñamos a los niños a reflexionar a tener en cuenta y a respetar las opiniones y emociones de los demás, por lo que es más probable que desarrollen un comportamiento asertivo y que aprendan a resolver los conflictos del día a día.
- Mejora el bienestar emocional.
Cuando somos capaces de reflexionar, reconocer nuestros errores y pedir perdón a los demás por faltarles al respecto y lastimar sus sentimientos, nos sentimos mejor con nosotros mismos y con los que nos rodean. Además, conseguimos ser más felices. Diversos estudios evidencian que ser agradecidos y hacer cosas por demás son dos de los grandes predictores de la felicidad.
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¿Qué es el laicismo para niños?
La laicidad explicada a los niños Por Fernando Savater* – ¿Qué es la laicidad? Es el reconocimiento de la autonomía de lo político y civil respecto a lo religioso, la separación entre la esfera terrenal de aprendizajes, normas y garantías que todos debemos compartir y el ámbito íntimo (aunque públicamente exteriorizable a título particular) de las creencias de cada cual.
En 1791, como respuesta a la proclamación por la Convención francesa de los Derechos del Hombre, el Papa Pío VI hizo pública su encíclica Quod aliquantum en la que afirmaba que «no puede imaginarse tontería mayor que tener a todos los hombres por iguales y libres». En 1832, Gregorio XVI reafirmaba esta condena sentenciando en su encíclica Mirari vos que la reivindicación de tal cosa como la «libertad de conciencia» era un error «venenosísimo».
En 1864 apareció el Syllabus en el que Pío IX condenaba los principales errores de la modernidad democrática, entre ellos muy especialmente -dale que te pego- la libertad de conciencia. Deseoso de no quedarse atrás en celo inquisitorial, León XIII estableció en su encíclica Libertas de 1888 los males del liberalismo y el socialismo, epígonos indeseables de la nefasta ilustración, señalando que «no es absolutamente lícito invocar, defender, conceder una híbrida libertad de pensamiento, de prensa, de palabra, de enseñanza o de culto, como si fuesen otros tantos derechos que la naturaleza ha concedido al hombre.
De hecho, si verdaderamente la naturaleza los hubiera otorgado, sería lícito recusar el dominio de Dios y la libertad humana no podría ser limitada por ley alguna». Y a Pío X le correspondió fulminar la ley francesa de separación entre Iglesia y Estado con su encíclica Vehementer, de 1906, donde puede leerse: «Que sea necesario separar la razón del Estado de la de la Iglesia es una opinión seguramente falsa y más peligrosa que nunca.
Porque limita la acción del Estado a la sola felicidad terrena, la cual se coloca como meta principal de la sociedad civil y descuida abiertamente, como cosa extraña al Estado, la meta última de los ciudadanos, que es la beatitud eterna preestablecida para los hombres más allá de los fines de esta breve vida».
- Hubo que esperar al Concilio Vaticano II y al decreto Dignitatis humanae personae, querido por Pablo VI, para que finalmente se reconociera la libertad de conciencia como una dimensión de la persona contra la cual no valen ni la razón de Estado ni la razón de la Iglesia.
- «¡Es una auténtica revolución!», exclamó el entonces cardenal Wojtyla.
¿Qué es la laicidad? Es el reconocimiento de la autonomía de lo político y civil respecto a lo religioso, la separación entre la esfera terrenal de aprendizajes, normas y garantías que todos debemos compartir y el ámbito íntimo (aunque públicamente exteriorizable a título particular) de las creencias de cada cual.
La liberación es mutua, porque la política se sacude la tentación teocrática pero también las iglesias y los fieles dejan de estar manipulados por gobernantes que tratan de ponerlos a su servicio, cosa que desde Napoleón y su Concordato con la Santa Sede no ha dejado puntualmente de ocurrir, así como cesan de temer persecuciones contra su culto, tristemente conocidas en muchos países totalitarios.
Por eso no tienen fundamento los temores de cierto prelado español que hace poco alertaba ante la amenaza en nuestro país de un «Estado ateo». Que pueda darse en algún sitio un Estado ateo sería tan raro como que apareciese un Estado geómetra o melancólico: pero si lo que teme monseñor es que aparezcan gobernantes que se inmiscuyan en cuestiones estrictamente religiosas para prohibirlas u hostigar a los creyentes, hará bien en apoyar con entusiasmo la laicidad de nuestras instituciones, que excluye precisamente tales comportamientos no menos que la sumisión de las leyes a los dictados de la Conferencia Episcopal.
No sería el primer creyente y practicante religioso partidario del laicismo, pues abundan hoy como también los hubo ayer: recordemos por ejemplo a Ferdinand Buisson, colaborador de Jules Ferry y promotor de la escuela laica (obtuvo el premio Nobel de la paz en 1927), que fue un ferviente protestante.
En España, algunos tienen inquina al término «laicidad» (o aún peor, «laicismo») y sostienen que nuestro país es constitucionamente «aconfesional» -eso puede pasar- pero no laico. Como ocurre con otras disputas semánticas (la que ahora rodea al término «nación», por ejemplo) lo importante es lo que cada cual espera obtener mediante un nombre u otro.
Según lo interpretan algunos, un Estado no confesional es un Estado que no tiene una única devoción religiosa sino que tiene muchas, todas las que le pidan. Es multiconfesional, partidario de una especie de teocracia politeista que apoya y favorece las creencias estadísticamente más representadas entre su población o más combativas en la calle.
De modo que sostendrá en la escuela pública todo tipo de catecismos y santificará institucionalmente las fiestas de iglesias surtidas. Es una interpretación que resulta por lo menos abusiva, sobre todo en lo que respecta a la enseñanza. Como ha avisado Claudio Magris (en «Laicità e religione», incluido en el volumen colectivo Le ragioni dei laici, ed.
Laterza), «en nombre del deseo de los padres de hacer estudiar a sus hijos en la escuela que se reclame de sus principios -religiosos, políticos y morales- surgirán escuelas inspiradas por variadas charlatanerías ocultistas que cada vez se difunden más, por sectas caprichosas e ideologías de cualquier tipo.
Habrá quizá padres racistas, nazis o estalinistas que pretenderán educar a sus hijos -a nuestras expensas- en el culto de su Moloch o que pedirán que no se sienten junto a extranjeros». Debe recordarse que la enseñanza no es sólo un asunto que incumba al alumno y su familia, sino que tiene efectos públicos por muy privado que sea el centro en que se imparta.
Una cosa es la instrucción religiosa o ideológica que cada cual pueda dar a sus vástagos siempre que no vaya contra leyes y principios constitucionales, otra el contenido del temario escolar que el Estado debe garantizar con su presupuesto que se enseñe a todos los niños y adolescentes. Si en otros campos, como el mencionado de las festividades, hay que manejarse flexiblemente entre lo tradicional, lo cultural y lo legalmente instituido, en el terreno escolar hay que ser preciso estableciendo las demarcaciones y distinguiendo entre los centros escolares (que pueden ser públicos, concertados o privados) y la enseñanza misma ofrecida en cualquiera de ellos, cuyo contenido de interés público debe estar siempre asegurado y garantizado para todos.
En esto consiste precisamente la laicidad y no en otra cosa más oscura o temible. Algunos partidarios a ultranza de la religión como asignatura en la escuela han iniciado una cruzada contra la enseñanza de una moral cívica o formación ciudadana. Al oírles parece que los valores de los padres, cualesquiera que sean, han de resultar sagrados mientras que los de la sociedad democrática no pueden explicarse sin incurrir en una manipulación de las mentes poco menos que totalitaria.
- Por supuesto, la objeción de que educar para la ciudadanía lleva a un adoctrinamiento neofranquista es tan profunda y digna de estudio como la de quienes aseguran que la educación sexual desemboca en la corrupción de menores.
- Como además ambas críticas suelen venir de las mismas personas, podemos comprenderlas mejor.
En cualquier caso, la actitud laica rechaza cualquier planteamiento incontrovertible de valores políticos o sociales: el ilustrado Condorcet llegó a decir que ni siquiera los derechos humanos pueden enseñarse como si estuviesen escritos en unas tablas descendidas de los cielos.
- Pero es importante que en la escuela pública no falte la elucidación seguida de debate sobre las normas y objetivos fundamentales que persigue nuestra convivencia democrática, precisamente porque se basan en legitimaciones racionales y deben someterse a consideraciones históricas.
- Los valores no dejan de serlo y de exigir respeto aunque no aspiren a un carácter absoluto ni se refuercen con castigos o premios sobrenaturales Y es indispensable hacerlo comprender.
Sin embargo, el laicismo va más allá de proponer una cierta solución a la cuestión de las relaciones entre la Iglesia (o las iglesias) y el Estado. Es una determinada forma de entender la política democrática y también una doctrina de la libertad civil.
Consiste en afirmar la condición igual de todos los miembros de la sociedad, definidos exclusivamente por su capacidad similar de participar en la formación y expresión de la voluntad general y cuyas características no políticas (religiosas, étnicas, sexuales, genealógicas, etc) no deben ser en principio tomadas en consideración por el Estado.
De modo que, en puridad, el laicismo va unido a una visión republicana del gobierno: puede haber repúblicas teocráticas, como la iraní, pero no hay monarquías realmente laicas (aunque no todas conviertan al monarca en cabeza de la iglesia nacional, como la inglesa).
Y por supuesto la perspectiva laica choca con la concepción nacionalista, porque desde su punto de vista no hay nación de naciones ni Estado de pueblos sino nación de ciudadanos, iguales en derechos y obligaciones fundamentales más allá de cuál sea su lugar de nacimiento o residencia. La justificada oposición a las pretensiones de los nacionalistas que aspiran a disgregar el país o, más frecuentemente, a ocupar dentro de él una posición de privilegio asimétrico se basa -desde el punto de vista laico- no en la amenaza que suponen para la unidad de España como entidad trascendental, sino en que implican la ruptura de la unidad y homogeneidad legal del Estado de Derecho.
No es lo mismo ser culturalmente distintos que políticamente desiguales. Pues bien, quizá entre nosotros llevar el laicismo a sus últimas consecuencias tan siquiera teóricas sea asunto difícil: pero no deja de ser chocante que mientras los laicos «monárquicos» aceptan serlo por prudencia conservadora, los nacionalistas que se dicen laicos paradójica (y desde luego injustificadamente) creen representar un ímpetu progresista En todo caso, la época no parece favorable a la laicidad.
- Las novelas de más éxito tratan de evangelios apócrifos, profecías milenaristas, sábanas y sepulcros milagrosos, templarios -¡muchos templarios!- y batallas de ángeles contra demonios.
- Vaya por Dios, con perdón: qué lata.
- En cuanto a la (mal) llamada alianza de civilizaciones, en cuanto se reúnen los expertos para planearla resulta que la mayoría son curas de uno u otro modelo.
Francamente, si no son los clérigos lo que más me interesa de mi cultura, no alcanzo a ver por qué van a ser lo que me resulte más apasionante de las demás. A no ser, claro, que también seamos «asimétricos» en esta cuestión Hace un par de años, coincidí en un debate en París con el ex secretario de la ONU Butros Gali.
Sostuvo ante mi asombro la gran importancia de la astrología en el Egipto actual, que los europeos no valoramos suficientemente. Respetuosamente, señalé que la astrología es tan pintoresca como falsa en todas partes, igual en El Cairo que en Estocolmo o Caracas. Butros Gali me informó de que precisamente esa opinión constituye un prejuicio eurocéntrico.
No pude por menos de compadecer a los africanos que dependen de la astrología mientras otros continentes apuestan por la nanotecnología o la biogenética. Quizá el primer mandamiento de la laicidad consista en romper la idolatría culturalista y fomentar el espíritu crítico respecto a las tradiciones propias y ajenas.
- Podría formularse con aquellas palabras de Santayana: «No hay tiranía peor que la de una conciencia retrógrada o fanática que oprime a un mundo que no entiende en nombre de otro mundo que es inexistente».
- Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid.
- Nota de El País.
: La laicidad explicada a los niños
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¿Cómo influye el laico en la sociedad?
Un Estado y una cultura laica, implica la pluralidad y la tolerancia, particularmente con respecto a minorías de cualquier naturaleza: religiosas, políticas, étnicas, de orientación sexual, entre otras.
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¿Qué es un laico y cuál es su función?
Por laico se entiende a todo cristiano, excepto los miembros del orden sagrado y del estado religioso reconocido en la Iglesia. Son, por tanto, cristianos que están incorporados a Cristo por el bautismo, que forman el Pueblo de Dios y que participan de las funciones de Cristo: Sacerdote, Profeta y Rey.
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¿Qué significa el laicismo en la educación?
De esta forma, la perspectiva laicista de la educación se ponía al servicio de la configura- ción del nuevo orden jerárquico liberal, que dependía de la escolarización masiva de los sujetos, proceso en el cual los normalistas jugaban el papel protagónico.
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¿Qué propone la laicidad?
Bicentenario: estado y constitución Laicidad y pluralismo * Faviola Rivera Castro** ** Instituto de Investigaciones Filosóficas, UNAM. [email protected] >. Recepción: 18/08/2009 Aceptación: 23/04/2010 Resumen En la actualidad es común identificar el valor político de la laicidad con los de libertad de conciencia y de neutralidad del Estado en materia de creencias. En este artículo argumento en contra de esta identificación y sostengo que la laicidad debe entenderse como el principio de separación del Estado y las iglesias, así como el proyecto de secularización de las instituciones del Estado, con la consiguiente exclusión de todo contenido religioso de las mismas. Sostengo que la mencionada identificación forma parte de la tendencia, también común, de interpretar a la laicidad como un valor político al interior del liberalismo dominante contemporáneo al punto de asimilarla a este último. En contra de esta tendencia, señalo que, en materia de religión, este liberalismo se articuló en respuesta al pluralismo religioso, mientras que la laicidad se desarrolló en relación con el poder de una iglesia dominante. Palabras clave: laicidad, liberalismo, pluralismo, libertad de conciencia, neutralidad. Abstract It is common today to identify the political value of laicism with freedom of conscience and with the State’s neutrality regarding religious beliefs. In this article, I argue against this identification and maintain that we should understand laicism as the principle of separation between church and the state as well as the project of secularizing the institutions of the latter, which requires the exclusion of all religious content from them. I claim that this identification is part of a tendency, also common, to interpret laicism as a political value within the contemporary and dominant version of liberalism. Against this tendency to assimilate laicism to this kind of liberalism, I point out that, as regards religious matters, this liberalism developed in response to religious pluralism, while laicism developed in relation to the power of a single dominant church. Keywords: Laicism, Liberalism, Pluralism, Freedom of conscience, Neutrality. Con frecuencia se afirma que la laicidad constituye una respuesta al pluralismo religioso y de posturas valorativas.1 De acuerdo con esto, se sostiene que la laicidad es un valor que afirma la “neutralidad” del Estado respecto de la religión, o bien que su corazón conceptual es la libertad de creencias o de conciencia. Así, se dice que “la acepción más extendida y central de la laicidad la doctrina de la neutralidad del Estado ante las diversas creencias de los ciudadanos en materia de religión”, 2 o que el “signo” de la laicidad es “la neutralidad en materia de creencias”, 3 o bien que “para que un Estado sea laico basta con que ese Estado sea realmente neutral en relación a los diferentes credos religiosos.” 4 Asimismo, se afirma que el Estado laico surge para garantizar la libertad de conciencia, o bien que el principio laico no es otro que el de la libertad de conciencia.5 La laicidad, desde esta perspectiva, es un valor distintivamente “liberal” que responde a la creciente diversidad de posturas valorativas en las sociedades modernas. El problema con esta manera de entender la laicidad, sin embargo, es que, históricamente, este valor se afirmó en el terreno político para enfrentar la hegemonía de una iglesia particular.6 Lejos de afirmarse en un contexto de pluralismo religioso, la defensa de la laicidad ha estado motivada por la confrontación política entre un Estado en proceso de consolidación y una iglesia dominante con pretensiones políticas -la católica.7 Lejos de aspirar a la neutralidad en materia de religión en la esfera política de sus instituciones, los estados explícitamente laicos han luchado por mantener a la religión fuera de este ámbito. Es verdad que los estados laicos protegen la libertad de conciencia, pero ello no ha estado necesariamente motivado por el pluralismo religioso. En el caso mexicano, en particular, la laicidad empezó a articularse en la segunda mitad del siglo diecinueve en un contexto social que estaba muy lejano de la diversidad religiosa. Debido a estos elementos históricos, la identificación de la laicidad con los valores liberales de neutralidad Estatal y libertad de conciencia resulta ser cuestionable. Estos valores liberales, en efecto, se articularon en respuesta al creciente pluralismo religioso en Europa tras la reforma protestante, pero este contexto social y político difiere notablemente del de hegemonía de la iglesia católica. Mi propósito en este trabajo es precisamente cuestionar esta asimilación de la laicidad al liberalismo contemporáneo, el cual es la doctrina política dominante en la actualidad. Este liberalismo se desarrolla en los últimos cuarenta años y se inscribe dentro de la tradición anglo-estadounidense en donde una de las preocupaciones centrales ha sido articular respuestas políticas al hecho del pluralismo religioso.8 Dentro de esta tradición de pensamiento y en respuesta a este tipo particular de contexto religioso se han desarrollado las ideas de tolerancia, libertad de conciencia y neutralidad Estatal. En lo que sigue me referiré a esta línea de pensamiento político como “liberalismo contemporáneo” o “liberalismo del pluralismo”. En contra de la interpretación de la laicidad como un valor que responde al pluralismo religioso ofrezco dos razones principales. En primer lugar, esta interpretación pierde de vista el contexto social y político en el cual el valor de la laicidad cobró sentido y relevancia, a saber, la confrontación de un Estado en consolidación con una iglesia poderosa y hegemónica. Esta interpretación oscurece el hecho de que la construcción de un Estado laico responde a un problema político en su confrontación con la iglesia: lo que estaba en juego era el establecimiento de un Estado moderno, independiente del poder eclesiástico y capaz de mantener su supremacía sobre este último. En cambio, al presentar a la laicidad como un valor que responde al pluralismo religioso, se sugiere que se trata de un valor que responde a un problema de conflicto ideológico, con lo cual se diluye y se pierde de vista el problema político de fondo. En segundo lugar, cuestiono el supuesto, ampliamente compartido, de que el contexto social y político relevante hoy en día para la discusión de la laicidad es precisamente el de un conflicto ideológico debido a la pluralidad de doctrinas morales y religiosas. En la sociedad mexicana, a pesar del creciente pluralismo, el contexto relevante sigue siendo el del predominio de la iglesia católica, la cual continúa teniendo pretensiones políticas, en un contexto de escasa secularización social. Por ello, considero que el problema central en la relación del Estado con las iglesias y las religiones sigue siendo político. De manera positiva presento dos tesis centrales. En primer lugar, sostengo que el contenido de la laicidad, en tanto que valor político, ha sido y debe continuar siendo el principio de separación del Estado y las iglesias, así como la secularización de las instituciones del Estado, con la consiguiente exclusión de todo contenido religioso de las mismas.9 La laicidad es un valor político que se articula en respuesta a la confrontación del Estado con una iglesia hegemónica con pretensiones políticas. En segundo lugar, señalo que es preciso trazar una distinción entre el carácter secular del Estado y su carácter laico. Si bien el primero es más amplio que el segundo y lo comprende, no todo Estado secular es por ello laico. Aclaro que me centraré en el caso mexicano en donde la laicidad ha sido cuestionada de nuevo hoy en día por una iglesia que se le ha opuesto desde el siglo diecinueve de manera continua, así como también por los grupos y comentes políticas identificados con ella.10 1. ¿Laicidad liberal o liberalismo laico? El preámbulo de la Declaración universal de la laicidad en el siglo XXI inicia con la consideración de “la creciente diversidad religiosa y moral en el seno de las sociedades actuales”, y en su artículo primero establece el derecho al respeto de la libertad de conciencia.11 A lo largo de sus dieciocho artículos, esta Declaración afirma también “la autonomía de lo político y de la sociedad civil frente a las normas religiosas y filosóficas particulares”, así como el valor de la igualdad, entendida como “no discriminación directa o indirecta hacia seres humanos.” 12 Se señala que “la laicidad no significa la abolición de la religión sino la libertad de decisión en materia de religión”, y se le caracteriza como “marco general de la convivencia armoniosa.” 13 Dos de las aspiraciones principales en esta Declaración son, por un lado, ofrecer una caracterización de la laicidad que la distinga del laicismo “anticlerical”, y por el otro, actualizarla en el siglo XXI de modo que responda a los retos de los Estados democráticos contemporáneos.14 Si por “laicismo anticlerical” se entiende un tipo de laicismo que se opone a la existencia misma de la religión, no es difícil estar de acuerdo con estas dos aspiraciones. El laicismo antirreligioso es una postura que se opone al pensamiento religioso por considerarlo dogmático, la cual, como veremos, es ciertamente incompatible con instituciones liberales. También es verdad que uno de los retos contemporáneos es el creciente pluralismo de creencias, tanto religiosas como morales en general. Así, en esta Declaración se presenta a la laicidad como una postura política que responde al hecho de la diversidad religiosa y moral. La respuesta consiste en la articulación de una serie de valores que permitan la convivencia, en un plano de igualdad, entre ciudadanos que afirman doctrinas religiosas y morales diversas. Entre estos valores resultan centrales la libertad de conciencia y la autonomía de la esfera política respecto de las doctrinas religiosas y filosóficas. Así entendida, la laicidad ya no es un valor político particular que podamos distinguir de otros valores, tales como la tolerancia y la libertad de conciencia, sino que resulta ser una doctrina política, como el liberalismo mismo, que comprende un conjunto de valores relacionados entre sí. Sin embargo, de acuerdo con la propuesta de la Declaración, el contenido de la laicidad resulta ser idéntico al del liberalismo contemporáneo. El énfasis en el hecho social del pluralismo, la defensa de la libertad de conciencia y de la tolerancia como respuestas a este hecho, así como la exigencia de que el Estado debe permanecer neutral frente a este pluralismo de normas religiosas y filosóficas, son valores y posturas que han sido desarrolladas y defendidas por el liberalismo del pluralismo desde John Locke hasta John Rawls. Desde este punto de vista, los Estados tradicionalmente liberales, como Inglaterra y los Estados Unidos, resultan ser laicos sin saberlo. En efecto, Blancarte señala que “casi todos, por lo menos en el mundo occidental, somos laicos sin darnos cuenta”.15 Pero también se podría decir que si el significado tradicional de la laicidad perdió su sentido dado el creciente pluralismo religioso de las sociedades contemporáneas, y dado que, al parecer, no hay otra alternativa más que transformarlo en la dirección del liberalismo del pluralismo ¿no sería más sencillo abandonarlo y adherirse a este tipo de liberalismo? Un supuesto crucial de la Declaración es que el contexto político que dio lugar al Estado laico ya cambió: la hegemonía de una iglesia particular dio lugar al pluralismo religioso. Pero si esto es así, en lugar de decir que todos somos laicos sin saberlo (por lo menos en el mundo occidental), los liberales anglo-estadounidenses podrían afirmar que, con el paso del tiempo, todos nos volvimos liberales (por lo menos en el mundo occidental). Después de todo, la postura que resultó indefendible a la luz de los mencionados retos de las sociedades democráticas actuales es el laicismo anticlerical. Si la laicidad no tiene ningún contenido que lo distinga de valores tales como la neutralidad del Estado y la libertad de conciencia, ¿qué ventaja tiene multiplicar los conceptos en lugar de simplemente abandonar la idea de laicidad? Antes de abrazar esta disolución de la laicidad en el liberalismo contemporáneo, valdría la pena someter a examen las dos aspiraciones de la Declaración: el rechazo del laicismo anticlerical y la necesidad de responder al problema político que plantea la creciente diversidad de creencias. Es posible que el rechazo del “laicismo anticlerical” no tenga por qué conducir necesariamente a la identificación de la laicidad con el liberalismo del pluralismo. Más aún, es posible que el contexto social y político frente al cual se constituyó el Estado laico esté todavía lejos de desaparecer, aunque muchos hayan dado por supuesta su desaparición.2. El Estado laico: el nivel político En lugar de considerar al Estado laico en general, me centraré en el caso particular del carácter laico del Estado mexicano. Como es bien sabido, este carácter laico se articuló y desarrolló a partir de la segunda mitad del siglo diecinueve en el contexto de confrontación con el poderío económico, político e ideológico de la iglesia católica.16 Lo que estaba en juego en este enfrentamiento era el establecimiento de un Estado moderno, capaz de mantener su autoridad suprema en todo el territorio nacional.17 Dado que la iglesia católica constituía el desafío interno más poderoso a esta autoridad, el Estado se estableció en lucha con esta institución eclesiástica.18 Por ello, el rasgo central de este carácter laico es la estricta independencia del poder civil respecto del eclesiástico, así como el establecimiento de instituciones estatales seculares, de las cuales, por consiguiente, se excluye todo contenido religioso. Esta separación se estableció en las Leyes de Reforma (1859-63), las cuales también crearon instituciones seculares fundamentales para el desempeño de las funciones básicas de un Estado moderno. Aunque el carácter “laico” del Estado no se menciona explícitamente en las Leyes de Reforma, así fue como se le entendió en su momento. Como Justo Sierra lo señala en sus observaciones sobre las Leyes de Reforma, se trata de “la perfecta independencia entre los negocios públicos (políticos, administrativos, en una palabra, civiles) y los negocios eclesiásticos.19 El proceso de secularización se extendió a otras instituciones gradualmente, como la educación pública y los servicios públicos de salud.20 Este proceso se mantuvo y profundizó en la constitución de 1917, por lo cual la laicidad ha sido constitutiva del Estado mexicano desde el triunfo liberal contra la alternativa “conservadora” en la segunda mitad del siglo diecinueve. Estado moderno y laicidad resultan indisolubles en el caso mexicano, de modo que los ataques contemporáneos a su carácter laico tienen como efecto la erosión del Estado mismo. La confrontación con la iglesia en el proceso de establecimiento del Estado mexicano tuvo lugar en los niveles económico, jurídico, administrativo, político e ideológico. Aunque estos niveles se entrecruzan y los cambios en uno de ellos tiene implicaciones para los demás, es posible trazar algunas distinciones. En el nivel económico, la autoridad civil desarticuló el gran poder de la iglesia en tanto que propietaria de tierras y de bienes inmuebles, cambiando de este modo las relaciones de propiedad guiado por las ideas del liberalismo económico.21 En el nivel jurídico, se abolió el fuero eclesiástico con el fin de someter a los ministros de los cultos a una misma legislación en un plano de igualdad jurídica con el resto de los ciudadanos.22 En el nivel administrativo, el Estado reemplazó a la iglesia en las funciones que asumió principalmente el registro civil. En estos tres niveles, puede decirse que el Estado ganó la batalla contra la iglesia. La iglesia nunca recuperó el poderío económico perdido tras las leyes de desamortización de 1856 y la de nacionalización de los bienes eclesiásticos de 1859. Nunca volvió a representar una amenaza para el propósito de la autoridad civil de promover la propiedad privada y el “libre mercado”. La iglesia tampoco recuperó sus funciones administrativas en lo que toca al registro de nacimientos, matrimonios y defunciones, ni tampoco en la administración de justicia civil. En el nivel jurídico, si bien la iglesia no volvió a regirse por tribunales especiales -excepto los de disciplina interna-, es discutible que haya quedado firmemente subordinada a la autoridad de la legislación civil de modo que se haya satisfecho cabalmente la exigencia de igualdad jurídica.23 Una tesis central aquí es que los niveles político e ideológico de la confrontación del Estado con la iglesia católica constituyen el espacio principal en el cual se articula la laicidad. Consideraré primero el nivel político, el cual, a su vez, comprende dos dimensiones: por un lado encontramos la lucha por independizar a las personas de su subordinación al poder de la corporación eclesiástica y convertirlas en ciudadanos bajo la autoridad directa del Estado; por el otro lado está la lucha por independizar al Estado mismo del poder de la iglesia, es decir, por el establecimiento del carácter laico del Estado. La primera dimensión del nivel político consiste en el establecimiento de las “garantías individuales” que comprenden la igualdad frente a la ley y las libertades civiles. Entre éstas se encuentran las libertades de enseñanza y de profesión o trabajo; la independencia de trabajos personales forzosos; las libertades de expresión, imprenta, petición, asociación, posesión de armas, movimiento, y creencias religiosas; así como también la abolición de penas en el orden civil por faltas religiosas (como apostasia, cisma y herejía).24 Se trata de un aspecto importante de la lucha política contra las corporaciones, en particular la iglesia católica, ya que, al reconocer estas libertades, el Estado liberaba a los individuos de su sujeción a la corporación eclesiástica, al tiempo que los subordinaba bajo su autoridad directa. Aunque el reconocimiento de estas libertades constituyó un golpe demoledor contra el control de la iglesia sobre las personas, no puede decirse que ello le otorgue al Estado el carácter de “laico”. Un Estado puede reconocer estas libertades sin declararse a sí mismo laico, como de hecho es el caso en la mayoría de las democracias contemporáneas. Lo que determina el carácter de “laico” es la segunda dimensión del nivel político de la confrontación con la iglesia, a saber, la estricta independencia del Estado respecto de ella que se establece en las Leyes de Reforma, así como el establecimiento de instituciones estatales seculares en las que no se admite ningún contenido religioso -trátese de palabras, símbolos o rituales. Aquí deben incluirse la prohibición en estas leyes a funcionarios públicos de asistir con carácter oficial a celebraciones religiosas, así como también la prohibición al congreso de establecer o prohibir religión alguna en la Constitución de 1917. En este contexto de lucha por la independencia de la autoridad civil respecto de la eclesiástica cobran sentido y relevancia todas aquellas disposiciones para excluir a la iglesia y a los ministros del culto católico de toda participación en la política formal y en las instituciones del Estado. La Constitución de 1917, en su artículo 130, revocó a los ministros de los cultos los derechos políticos de asociación y participación política, así como también la posibilidad de ser candidatos a puestos de elección popular y el derecho a voto; prohibió la formación de agrupaciones políticas con títulos que las asocien con alguna confesión religiosa, así como también la celebración de reuniones políticas al interior de los templos; y eliminó la personalidad jurídica de las iglesias. Más aún, en abierta contradicción con la doctrina de separación Estado-iglesia, otorgó a los poderes federales la autorización para intervenir legalmente en materia de culto religioso.25 Es importante distinguir entre estas dos dimensiones del nivel político de confrontación, así como también ubicar a la laicidad sólo en la segunda. En debates contemporáneos, cuando se critica el “laicismo anticlerical” del Estado lo que está en discusión son los términos en que se estableció la separación entre éste y la iglesia. Lo que usualmente se critica son las medidas tomadas con el propósito de excluir a la iglesia y a los ministros del culto católico de toda participación en la política formal y en las instituciones del Estado. En otras palabras, la crítica contra el “laicismo anticlerical” se dirige contra las disposiciones contenidas bajo la segunda dimensión del nivel político de la confrontación entre el Estado y la iglesia. Con la probable excepción de la iglesia católica, a nadie se le ocurriría dirigir esta crítica contra el establecimiento de las libertades civiles. Desde este punto de vista, resulta completamente inverosímil la tesis de que el corazón conceptual de la laicidad lo constituye la libertad de creencias o de conciencia. Como lo señalé, un Estado puede proteger las libertades civiles sin declararse laico, es decir, puede protegerlas sin establecer la separación del Estado y la institución eclesiástica, y sin proponerse la secularización de sus instituciones con la consiguiente exclusión de todo contenido religioso de las mismas. A la luz de estas distinciones conceptuales, es importante distinguir entre el Estado secular moderno, por un lado, y el Estado moderno específicamente laico, por el otro.26 Dos características centrales de los Estados seculares modernos es que su legitimidad no deriva de algún supuesto orden divino y su autoridad es soberana dentro de su territorio. Sin embargo, la subordinación de la iglesia dominante pudo haberse logrado mediante su incorporación al Estado, con lo cual este último sería secular pero no laico. Un Estado laico exhibe estas dos características mencionadas pero va más allá de ellas, en lo que toca a la religión, no sólo por su estricta separación de toda institución eclesiástica, sino también por su propósito de excluir todo contenido religioso de sus instituciones. No todos los Estados seculares modernos establecen una estricta separación respecto de las instituciones eclesiásticas, y entre los que sí lo hacen, no todos se proponen la expulsión de todo contenido religioso de sus instituciones. Sólo los estados laicos satisfacen estas dos condiciones que les son características.3. El Estado laico: el nivel ideológico Como lo indiqué anteriormente, el carácter laico del Estado mexicano también se articula en el nivel ideológico de la confrontación con la iglesia católica. Por lucha “ideológica” entiendo la batalla por contrarrestar la omnipresente influencia de la iglesia en la sociedad.27 Lo que está en juego en este nivel es el mantenimiento de la legitimidad de un régimen político basado en valores liberales y republicanos en una sociedad profundamente católica. La iglesia había sido la depositaria y propagadora de los valores morales y políticos en los que había descansado la autoridad del régimen colonial durante trescientos años, así como también la de los primeros regímenes en las primeras décadas tras la independencia. Una de las diferencias centrales entre los bandos “liberal” y “conservador” en el siglo diecinueve residía en el papel que le otorgaban a la iglesia católica en esta importante función de reproducción de la legitimidad del Estado. Mientras que los conservadores se apoyaban en ella, el liberalismo triunfante no podía contar con este tipo de apoyo ideológico, ya que abrazaba valores contra los cuales la iglesia católica estaba en pie de guerra.28 La tarea de establecer la legitimidad de la autoridad civil central era, por tanto, en parte y de manera importante, la de reemplazar a la iglesia en esta función ideológica de reproducción de la legitimidad. Se trataba, efectivamente, de una necesidad dada la hegemonía ideológica de la iglesia en combinación con su militante oposición al establecimiento de un Estado sobre la base de valores liberales y republicanos. El proyecto de secularización de las instituciones del Estado es el elemento central en esta batalla ideológica. Además del registro civil, las dos instituciones centrales han sido la educación pública laica y los servicios públicos de salud. No es ninguna casualidad que en el ataque frontal de la iglesia católica contra el Estado laico mexicano en la actualidad, los blancos principales han sido precisamente el carácter laico de la educación pública y el de los servicios públicos de salud.29 El Estado inició la reforma de la educación en 1867.30 Como lo mencioné, la Constitución de 1917 estableció el carácter laico de la educación impartida por el Estado, así como los valores cívicos en los que deben ser formados los futuros ciudadanos de la república.31 Prohibió a las asociaciones religiosas y a los ministros de los cultos intervenir en la educación primaria, secundaria, normal y la destinada a obreros y campesinos. Aunque el sistema de educación pública laica fue relativamente exitoso y se extendió en la mayor parte del país en la segunda mitad del siglo veinte, la disposición constitucional que prohibía a las asociaciones religiosas y a los ministros de los cultos intervenir en educación básica nunca se cumplió. En este nivel el Estado siempre transigió con la iglesia, ya sea por la falta de recursos económicos para hacerse cargo de la educación en la segunda mitad del siglo diecinueve y la primera del veinte, o como resultado de un arreglo político que permitiera la coexistencia pacífica de los poderes político y eclesiástico durante el porfinato y después de la guerra cnstera.32 En los hechos, la educación básica con contenidos religiosos y/o impartida por ministros de los cultos, aunque muy minoritaria, siempre se toleró. Sobre este punto, es importante observar que los liberales mismos siempre estuvieron divididos sobre el alcance del laicismo en educación básica. Mientras que algunos defendían su imposición estricta, algunos otros abogaban por la permisibilidad de la instrucción religiosa en el nivel básico en escuelas privadas con el argumento de la “libertad de enseñanza”.33 El acomodo del Estado con la iglesia en los servicios públicos de salud fue mucho mayor. En primer lugar, nunca se estableció el carácter laico de los mismos en la legislación. En segundo lugar, la confrontación entre los valores liberales y republicanos con los católicos no resulta tan frontal como en el caso de la educación. En la medida en que la iglesia está interesada en la salvación de las almas -al menos en teoría-, puede tener lugar una complementariedad entre el apoyo religioso y el científico en la curación. En los hospitales públicos pueden coexistir el consultorio médico y la capilla religiosa, lo cual es el caso en muchos lugares.34 Mientras que el médico ofrece los recursos de la ciencia para la curación del cuerpo, la iglesia suministra el apoyo espiritual.35 El caso de la educación pública es muy distinto ya que la iglesia compite con el Estado respecto del contenido moral de la educación, oponiéndose frontalmente a los valores liberales y republicanos, por lo cual la complementariedad resulta imposible. En este terreno la iglesia compite con el Estado por la formación moral de los ciudadanos. Sin embargo, la confrontación de la iglesia con el Estado en los servicios públicos de salud resulta inevitable cuando las técnicas científicas se aplican a lo que la iglesia considera el dominio del alma, como en el aborto inducido y la eutanasia. Los acomodos del Estado con la iglesia católica, tanto en educación básica como en los servicios públicos de salud, se encuentran entre las causas principales del carácter incompleto del proceso de secularización del Estado mexicano y de la sociedad misma. Si bien el imperativo de secularización política se sigue de la doctrina de la separación del Estado y la iglesia, un Estado laico busca que este proceso produzca, de manera indirecta, una secularización social. La “secularización” social puede entenderse aquí como el gradual repliegue de la religiosidad a los ámbitos públicos no políticos y al de la vida privada, o bien como la gradual pérdida de influencia de los valores religiosos en la vida de las personas.36 Entendida en el primer sentido, la secularización social buscada por un Estado laico no implica, en modo alguno, el rechazo de la religión, sino sólo la limitación de su influencia a las esferas pública no-política y a la vida privada. Entendida en el segundo sentido, un Estado laico se declara en abierta guerra contra la religión. En el caso del Estado mexicano, la secularización social que se buscó fue la del primer tipo. Ello se sigue del hecho de que la libertad de cultos quedó protegida desde las Leyes de Reforma. Si bien es cierto que los liberales mexicanos, tanto en la segunda mitad del siglo diecinueve, como en la primera del veinte, diferían sobre si el Estado debía combatir o no a la religión, la postura que terminó imponiéndose fue la de buscar la coexistencia pacífica con la iglesia y la religión católicas. El punto importante que me interesa destacar es que la secularización social, entendida como el repliegue de la influencia de la religión fuera del ámbito político de competencia del Estado, se entendió como un proyecto que se tenía que llevar a cabo “desde arriba” mediante las instituciones de este último. La batalla ideológica del Estado contra la iglesia católica cobra sentido cuando en la sociedad misma no tiene lugar un proceso de secularización social (en cualquiera de los dos sentidos mencionados) como resultado de la fragmentación de la hegemonía de una iglesia particular (como en el caso de la reforma protestante), o como el efecto indirecto de la modernización o la “racionalización” de la sociedad. Un rasgo central de un Estado laico es que tiene que tomar en sus manos la secularización social a través de sus instituciones al enfrentarse a la hegemonía de una iglesia con pretensiones políticas. A menos que logre forzar el repliegue de la religión fuera del ámbito político de sus instituciones, el Estado no puede mantener su legitimidad desde la perspectiva de sus ciudadanos ni, por tanto, asegurar su estabilidad a largo plazo. Para decirlo de otro modo, la reproducción de la legitimidad de un Estado secular moderno exige que los ciudadanos adquieran la capacidad de distinguir entre el ámbito de competencia de los valores religiosos (las esferas pública no política y la privada) y los valores políticos en los que el Estado se funda (la esfera política). En un contexto de hegemonía de la iglesia católica, el Estado tiene que enseñarles a los ciudadanos a trazar esta distinción precisamente porque la iglesia se opone a ello. De allí la inevitabilidad de la batalla ideológica por la secularización. Como podemos apreciar, el carácter laico del Estado mexicano se articuló en respuesta a la amenaza a su supremacía representada por la iglesia católica. Lejos de responder al pluralismo religioso, la libertad de cultos se estableció como parte de una reforma encaminada a socavar la hegemonía del culto católico. Por ello, las medidas encaminadas a establecer la autonomía y la supremacía de la autoridad civil sobre la eclesiástica no podían ser sino anticlericales. Lejos de declararse tolerante y neutral respecto de la institución eclesiástica, el Estado laico socavó el poder económico y jurídico de esta última, la expulsó de toda participación en la esfera política de sus instituciones, y la combatió ideológicamente. En esta confrontación, el Estado laico terminó por declararse abiertamente hostil no sólo a la influencia eclesiástica, sino también a la religión. Excluyó de sus instituciones todo contenido religioso -sean palabras, símbolos o rituales. Más aun, la Constitución de 1917 le asignó a la educación impartida por el Estado no solo el propósito de fomentar un conjunto de valores cívico-morales, sino también luchar “contra la ignorancia y sus efectos, las servidumbres, los fanatismos y los prejuicios.” 37 La concepción de la fe religiosa como ignorante, fanática, servil y prejuiciosa proviene del pensamiento positivista que tanta influencia ejerció entre la elite intelectual y política a fines del siglo diecinueve y principios del veinte.38 4. Las propuestas de reformulación de la idea de laicidad En décadas recientes se ha vuelto un lugar común criticar al Estado laico por ser intolerante con las instituciones eclesiásticas y las religiones. La crítica central es que el laicismo anticlerical y antirreligioso es incompatible con la protección de la libertad de conciencia, por lo cual no permite el libre desenvolvimiento de la práctica de la religión. Según esta objeción, la protección de esta libertad es incompatible con la exclusión de todo contenido religioso de las instituciones del Estado laico. De allí la propuesta, por parte de los “defensores” de la laicidad, de reformularia. En el contexto mexicano existen dos propuestas de reformulación de la laicidad cuyo propósito, en parte y de manera importante, es distinguirla del laicismo anticlerical de modo que resulte compatible con la tolerancia, la libertad de conciencia y la neutralidad del Estado frente a las iglesias y las religiones. La primera de ellas es la que mencioné en la primera sección y que propone, básicamente, asimilar la laicidad al liberalismo dominante contemporáneo. La segunda propuesta es la concepción de la laicidad como antidogmatismo, la cual presenta a la laicidad como un “proyecto intelectual” que se opone al “dogmatismo” entendido como una postura que defiende ciertas verdades como incuestionables y, por tanto, como exentas de ser sometidas a examen crítico.39 La motivación principal detrás de esta segunda alternativa es deshacer la identificación de la laicidad con la oposición a la religión y con el ateísmo. De acuerdo con esto, el pensamiento laico no se opone al dogmatismo religioso en particular, sino a todo tipo de dogmatismo sea o no religioso. La laicidad, así entendida, propugna por el examen crítico de cualquier afirmación que se tenga por verdadera. Quienes defienden la concepción de la laicidad como antidogmatismo sostienen que ésta ofrece un marco adecuado para la coexistencia pacífica de diversas concepciones del mundo. De acuerdo con esto, el antidogmatismo conduce a los valores liberales de libertad de conciencia, tolerancia y neutralidad del Estado frente al pluralismo. Aunque no puedo discutirlo en detalle aquí, es importante señalar que la conexión entre la laicidad como antidgomatismo y estos valores liberales es mucho menos clara de lo que usualmente se da por supuesto. La concepción de la laicidad como antidogmatismo es una propuesta “intelectual”, por así decirlo, que defiende la importancia del examen crítico en todos los campos del conocimiento y en todos los aspectos de la vida humana. Se trata de una postura filosófica que se opone a aquellas otras que proceden dogmáticamente, sean éstas religiosas, morales, filosóficas, teóricas, o de cualquier otro tipo. Debido a esta oposición, la laicidad como antidogmatismo no puede traducirse en una propuesta política que abrace la tolerancia y la neutralidad del Estado. Un Estado que abrazara el antidogmatismo como doctrina oficial no se declararía neutral frente al pluralismo, sino que se opondría a todas aquellas doctrinas o posturas que considere dogmáticas. Un Estado laico así concebido sería objeto de las mismas críticas dirigidas contra el laicismo anticlerical y antirreligioso: que no es consistente con la tolerancia y el respeto a la libertad de conciencia. Por estas razones, si bien es verdad que el anti-dogmatismo es muy atractivo en tanto que proyecto intelectual, no puede ser traducido en una propuesta política que afirme los valores de la tolerancia y la neutralidad del Estado.40 La diferencia más importante entre las dos propuestas de reformulación de la laicidad es que la primera se ubica en el plano político, mientras que la segunda tiene un alcance más amplio ya que se trata de un proyecto intelectual y no sólo político (no se limita a normar las funciones del Estado). Sin embargo, ambas comparten el supuesto fundamental de presentar a la laicidad como una respuesta al pluralismo de doctrinas religiosas y valorativas. En efecto, ambas suponen que el contexto social y político que motivó la construcción de un Estado laico en los siglos diecinueve y veinte ha dejado de existir. De acuerdo con esto, mientras que en el pasado el Estado laico respondió a la necesidad de confrontar a una iglesia hegemónica que constituía una fuerte amenaza para la consolidación de la supremacía del poder civil, en la actualidad tal amenaza ya no existe. Se asume que, por el contrario, el contexto social y político al que nos enfrentamos ya no es la hegemonía de una iglesia y de una religión particulares, sino la pluralidad de iglesias y religiones, así como de posturas morales y valorativas en general. De acuerdo con esto, debemos suponer que la iglesia católica ha dejado de constituir un poder político que deba ser contrarrestado, y que la religión católica ha dejado de ejercer una influencia social tal que pueda constituir un adversario para la estabilidad de las instituciones de la república. A la luz de este nuevo contexto, se supone que la lucha contra una iglesia dominante ha perdido su sentido y que, para responder adecuadamente al creciente pluralismo, el Estado laico debe dejar de mantener una relación beligerante con las iglesias y las religiones en el terreno político y en el ideológico: debe retraerse de esta lucha y declararse tolerante y neutral. La pregunta obligada es si los defensores de la laicidad como respuesta al pluralismo llevan a cabo una lectura correcta de los cambios en el contexto social y político. Es innegable que la sociedad mexicana actual es mucho más plural y diversa de lo que era en la segunda mitad del siglo diecinueve. No obstante, la pregunta importante es si la iglesia católica ha dejado de ser un adversario importante para la supremacía del poder civil y el mantenimiento de las instituciones seculares de la república.41 A pesar del optimismo de los defensores del pluralismo, existen muy buenas razones para dudar que la iglesia católica se haya convertido en una concepción valorativa entre otras. En primer lugar, la católica continúa siendo la religión mayoritaria en México.42 No se trata de una religión entre otras, sino que predomina ampliamente. Además, la gran mayoría de las personas afirma alguna doctrina religiosa, de modo que si bien puede hablarse de un cierto pluralismo de doctrinas religiosas, muy difícilmente puede hablarse de un pluralismo de posturas valorativas. La minoría que afirma alguna postura valorativa no-religiosa continúa siendo notablemente pequeña. México sigue siendo un país de creyentes, en su gran mayoría cristianos, específicamente católicos. En segundo lugar, la iglesia católica continúa teniendo pretensiones políticas. Por “pretensiones políticas” quiero decir que no sólo procura ejercer influencia en la esfera política, sino que, sobre todo, pretende co-gobernar con el Estado imponiendo sus propios valores religiosos en instituciones públicas que deben regirse según valores liberales y republicanos. Como en el pasado, la iglesia católica se caracteriza por no limitarse a vigilar la observancia de sus valores morales al interior de su congregación, sino que busca servirse de las instituciones del Estado para imponerlos a todos independientemente de su creencias religiosas o morales. La iglesia católica está muy lejos de haber renunciado a su pretensión de formar parte del poder político y ejercer, de este modo, el gobierno moral sobre la conciencia de todos los ciudadanos. Esto ha quedado de manifiesto en vanos casos recientes.43 En los debates sobre derechos sexuales y reproductivos, la iglesia católica ha empleado su influencia política para que los legisladores legislen sobre la base de valores morales religiosos en lugar de hacerlo, como deberían, sobre la base de valores políticos. El resultado es la imposición de los valores morales de un credo religioso particular sobre ciudadanos que no lo comparten ni tiene por qué hacerlo. Un ejemplo de ello es la militante y exitosa participación de la iglesia católica en la criminalización de la interrupción voluntaria del embarazo. Mediante la apelación a valores morales religiosos (como la santidad de la vida desde la concepción) y una serie de maniobras políticas, la iglesia católica ha logrado influir a las instituciones políticas para que se penalice la interrupción voluntaria del embarazo en todos los casos en varios estados del país. Valores políticos como la salud pública y la protección de la integridad de las menores de edad quedaron subordinados a los religiosos en estas acciones. Otros ejemplos del exitoso ejercicio del poder de la iglesia católica para imponer su propio régimen moral mediante las instituciones del Estado son el freno a las campañas de educación sexual entre los jóvenes y niños para la prevención de embarazos tempranos, así como también a las campañas informativas para la prevención de enfermedades de transmisión sexual -en particular el VIH-SIDA. Especialmente preocupantes resultan las presiones de la jerarquía eclesiástica para recuperar la influencia perdida en la educación básica financiada por el Estado. Tanto en el caso de las instituciones públicas de salud como en el de la educación pública, lo que estamos presenciando es un ataque frontal a las instituciones seculares propias de un Estado laico por la iglesia católica y los partidos y asociaciones políticas que le son afines. Por ello, resulta por lo menos irónico que los “defensores” de la laicidad se declaren opositores del Estado laico tradicional por constituir una supuesta amenaza a las iglesias y las religiones, cuando lo que está sucediendo es el desmantelamiento del Estado moderno laico a manos, entre otros, de la iglesia católica.44 La verdadera amenaza está en otro lado. La propuesta de entender la laicidad como respuesta al pluralismo está motivada por un contexto social y político muy diferente del que encontramos en México. En los países en donde se habla de un pluralismo de doctrinas religiosas, morales y filosóficas, se hace referencia a un proceso histórico de larga duración en el que la diversidad inició con la reforma protestante y ha continuado desarrollándose a lo largo de varios siglos.45 En algunos lugares, como en Estados Unidos, la diversidad de denominaciones religiosas impidió que alguna de ellas pudiera predominar sobre las demás en su capacidad de influencia social y política, de modo que se limitaron recíprocamente. En otros, como en Inglaterra y en el resto de los países del norte de Europa, tuvo lugar un proceso de secularización social en el que la religión se volvió cada vez menos importante en la vida de las personas con la consiguiente pérdida de influencia social de los ministros de los cultos.46 En México, en cambio, no ha tenido lugar un proceso lo suficientemente amplio y profundo de diversificación en el plano religioso como para poder afirmar que las distintas denominaciones religiosas se limiten recíprocamente en su capacidad de influencia social y política.47 Tampoco ha tenido lugar un proceso de secularización social tal que nos permita afirmar que la religión ha dejado de ejercer una influencia importante en la conciencia de las personas y en la vida pública. Por ello, si bien es verdad que México se ha ido transformando en dirección del pluralismo, tanto de credos religiosos como de concepciones valorativas general, estamos muy lejos de poder afirmar que la católica es una denominación religiosa que ejerce una influencia social comparable a la de las demás, o bien que la religión ha dejado de ejercer una influencia importante en la conciencia de la mayoría de las personas. La católica sigue siendo la religión predominante, y la iglesia católica es, con mucho, la más fuerte de todas las existentes en México. Con base en estas consideraciones, me parece que la propuesta de entender la laicidad como respuesta al pluralismo se basa en una lectura equivocada del contexto social y político, y en particular, del lugar que ocupa la iglesia católica en la esfera política y de la escasa secularización social lograda por las instituciones del Estado laico. Una segunda objeción a esta propuesta que presenta a la laicidad como una respuesta al pluralismo es que oscurece el hecho de que la idea política de laicidad originalmente se articuló en respuesta a un conflicto político, de poder, entre un Estado en consolidación y una iglesia hegemónica que se resistía a subordinarse a la soberanía de aquél. Al presentar a la laicidad como una respuesta al pluralismo, esta propuesta sugiere que el conflicto relevante que motiva la defensa del Estado laico es un conflicto ideológico entre ciudadanos que afirman una pluralidad de posturas valorativas. Desde esta perspectiva, un Estado laico es aquel que garantiza las condiciones para la coexistencia armoniosa de ciudadanos que afirman doctrinas valorativas diversas. El problema con este planteamiento, sin embargo, es que coloca la atención en la religión católica, presentándola como una “doctrina” entre otras, y oscurece el problema que representa la institución eclesiástica en tanto que poder con influencia política. En la medida en que el Estado mexicano está muy lejos de haber ganado la batalla ideológica contra la iglesia católica, está también en riesgo de perder lo ganado en la batalla política, a saber, su estricta separación e independencia respecto de las iglesias. Para evitar que ello suceda es importante empezar por no perder de vista que el conflicto al cual responde la idea política de laicidad es el de confrontación política con una iglesia dominante con pretensiones políticas.5. El significado de la laicidad como valor político Con base en la argumentación de las secciones precedentes, considero que no tenemos buenas razones para abandonar el significado original de la idea política de laicidad, a saber, la estricta separación e independencia del Estado respecto de las iglesias y de las religiones, así como la exclusión de todo contenido religioso de las instituciones del Estado -sean palabras, símbolos o rituales. La ventaja principal de esta manera de entender la laicidad es que captura su significado original como un valor que se articula en el contexto de confrontación del poder del Estado con una iglesia dominante. En la medida en que la iglesia y religión católicas siguen predominando ampliamente, además de continuar ejerciendo una importante influencia política, no tenemos por qué suponer que el problema que ello representa para la estabilidad de las instituciones seculares del Estado sea un asunto del pasado. La pregunta que se plantea es cómo responder a la crítica contra el laicismo anticlerical según la cual el Estado laico es intolerante por ser incompatible con la protección de la libertad de conciencia. Es importante observar que la crítica al laicismo anticlerical no se dirige contra la legítima aspiración del Estado laico de establecer la autonomía y la supremacía del poder civil respecto del eclesiástico, ni tampoco contra cualquier disposición jurídica que afecte negativamente a las instituciones eclesiásticas y a las religiones. La autonomía y supremacía del poder civil, así como la protección de las libertades civiles básicas y la igualdad jurídica de los ciudadanos se establecieron en el siglo diecinueve gracias a medidas que, en su momento, se consideraron anticlericales y antirreligiosas. Un ejemplo claro es la libertad de cultos, la cual fue denunciada por la iglesia como un ataque contra la religión. Esta libertad civil, efectivamente, afectó negativamente la práctica de la religión católica al remover el reconocimiento de la misma como religión oficial. El punto importante es que no cualquier medida que se considere anticlerical es por ello reprobable desde un punto de vista político, es decir, desde el punto de vista del legítimo ejercicio del poder del Estado. Tampoco es el caso que cualquier medida jurídica que afecte negativamente la práctica de alguna religión es inaceptable desde esta perspectiva. Las disposiciones del Estado laico pueden ser consideradas anticlericales o afectar negativamente la práctica de alguna religión particular, pero no por ello dejan de poder estar justificadas con base en los valores en que se basa el ejercicio del poder político. La discusión relevante no concierne a si el Estado laico puede ser considerado anticlerical o antirreligioso, ya que ello puede estar plenamente justificado. La discusión importante concierne a qué medidas en particular, de aquellas que afecten negativamente los intereses de las instituciones eclesiásticas o la práctica de alguna religión, pueden ser legítimamente implementadas por el Estado laico. En México ya han sido revertidas algunas disposiciones constitucionales relativas a las instituciones eclesiásticas por considerarse “excesivas.” 48 En el nivel económico se restituyó a las iglesias el derecho de poseer y administrar bienes raíces. En el nivel jurídico, se reconoció la personalidad jurídica de las iglesias. En el nivel político, se restituyó el derecho a voto a los ministros de los cultos y se revocó la autorización a los poderes federales para intervenir legalmente en materia de culto religioso. En el nivel ideológico, se legalizó la participación de las asociaciones religiosas y de los ministros de los cultos en educación básica, y se revocó la prohibición al establecimiento de órdenes monásticas. Para poder discutir si estas nuevas disposiciones pueden ser justificadas o no, es preciso contar con herramientas conceptuales que nos permitan determinar qué tipo de medidas consideradas “anticlericales” o “antirreligiosas” pueden justificarse como legítimas. En esta discusión es preciso examinar cómo se concibe la separación de la iglesia y el Estado en la segunda dimensión del nivel político y en el ideológico. Como lo señalé, es aquí en donde se articula el concepto político de laicidad. Si nos apegamos a la concepción original de la laicidad en términos del principio de separación e independencia Estado-iglesias, ella misma nos ofrece el marco conceptual a partir del cual podemos empezar a responder a las críticas dirigidas contra el “laicismo anticlerical” y determinar qué disposiciones del Estado laico pueden justificarse como legítimas y cuáles no. Desde la perspectiva de esta concepción de la laicidad, se sigue la necesidad de secularizar las instituciones del Estado con la consiguiente expulsión de todo contenido religioso de las mismas. La independencia y supremacía del Estado pueden mantenerse sólo en la medida en que tales instituciones operen efectivamente de manera independiente de la influencia política e ideológica de las iglesias y las religiones, en especial de la católica. De otro modo, el mencionado principio se queda en el papel. Con el fin de mantener esta separación, el Estado debe contener las pretensiones políticas de la iglesia católica y de cualquier otra institución eclesiástica, para lo cual es necesario excluirlas de toda participación en la política formal. Esto último exige un conjunto de prohibiciones establecidas en el texto constitucional: la prohibición de la formación de asociaciones políticas vinculadas a alguna asociación religiosa, de la formación de partidos políticos con afiliaciones religiosas explícitas y con plataformas políticas con contenido religioso, de la expresión de contenidos religiosos en los procesos electorales y en las instituciones del Estado, y de la ocupación de cargos públicos por parte de los ministros de los cultos. En la medida en que el principio de separación e independencia Estado-iglesias constituye una respuesta adecuada al predominio de una iglesia particular con pretensiones políticas, estas disposiciones del Estado laico no caben ser acusadas de anticlericales ni de antirreligiosas. No se trata de un “laicismo anticlerical”. La estricta independencia de los poderes civiles respecto de las instituciones eclesiásticas no tiene por qué implicar una relación beligerante a menos que estas últimas pretendan participar en el ejercicio del poder político con el fin de co-gobernar y realizar así sus pretensiones políticas. Una condición necesaria para una convivencia armónica entre el poder político y las instituciones eclesiásticas es que estas últimas reconozcan y respeten la laicidad del Estado, y que renuncien, en consecuencia, a su pretensión de mantener su predominio sirviéndose de las instituciones de este último. El principio de separación e independencia no implica, sin embargo, la necesidad de despojar a los ministros de los cultos de sus derechos políticos en tanto que ciudadanos. Las prohibiciones que acabo de mencionar se dirigen a las instituciones eclesiásticas para frenar sus pretensiones políticas, no a las personas en tanto que ciudadanos. Así, con base en el valor de la laicidad no cabe justificar la revocación del derecho a voto de los ministros de los cultos. Respecto de la laicidad en educación pública y de los servicios públicos de salud, el principio de separación e independencia exige la profundización de la secularización de las mismas, al igual que del resto de las instituciones del Estado. Desde esta perspectiva, es perfectamente legítimo prohibir la enseñanza de contenidos religiosos en escuelas públicas, así como también la prohibición de la influencia de valores religiosos para determinar el contenido de la educación pública (como el caso de la educación sexual).49 También resulta legítima la prohibición de contenidos religiosos en las instituciones públicas de salud, así como también la prohibición de la influencia de valores religiosos en la legislación sobre cuestiones de salud y en la determinación de políticas de salud pública. La presencia de contenidos religiosos en instituciones educativas y de salud de carácter privado depende de que este último pueda justificarse. Aunque no puedo desarrollarlo aquí, considero que por razones de justicia social no puede justificarse el carácter privado de este tipo de instituciones por ser tanto la educación como la salud bienes básicos. En la sección 3 señalé que podría decirse que el Estado ganó la batalla contra la iglesia católica en el nivel económico, y que la ganó parcialmente en el jurídico. En la Ley de asociaciones religiosas y culto público de 1992, sin embargo, se revocaron algunos de los límites impuestos a la posibilidad de enriquecimiento económico de la iglesia católica. Desde la perspectiva según la cual la motivación para la defensa de la laicidad es un supuesto conflicto ideológico, la revocación de dichos límites no puede ser objetable. En cambio, desde la perspectiva según la cual el problema relevante es de orden político, es decir, de enfrentamiento del Estado al poder de la iglesia católica, la revocación de tales límites resulta preocupante y muy cuestionable. Mayor riqueza económica legal se traduce, desde luego, en mayor poder. Finalmente, en lo que toca al nivel jurídico, resulta imperativo que el Estado trate a los ministros de los cultos en un plano de igualdad. El que los ministros del culto católico no sean procesados penalmente por crímenes de pederastia y otros abusos contra menores no sólo viola el principio de igualdad de los ciudadanos, sino que constituye una muestra del poder político de la iglesia católica. Para finalizar, quisiera regresar al punto de partida. Inicié este trabajo señalando que con frecuencia se identifica a la laicidad con la libertad de conciencia, la tolerancia o la neutralidad. De acuerdo con los argumentos presentados aquí, esta identificación es inadecuada. Existen muy buenas razones para mantener el significado original de la laicidad en tanto que valor político como el principio de estricta separación e independencia del Estado respecto de las iglesias y de las religiones, así como la exclusión de todo contenido religioso de las instituciones del Estado. En lugar de reducir el significado de la laicidad al de otros valores liberales, resulta mucho más adecuado y pertinente preguntar por la relación entre la primera y los segundos. En lo que resta de este ensayo señalaré por dónde considero que debe avanzar la discusión de este punto, aunque no puedo desarrollarlo aquí. Una objeción que usualmente se plantea es que la prohibición de todo contenido religioso en las instituciones del Estado laico es violatoria de la libertad de conciencia de los ciudadanos. En principio se trata de una objeción extraña ya que el Estado laico no sólo protege la libertad de conciencia, sino que la necesita para sostenerse: este tipo de Estado se ve favorecido con la pluralidad religiosa y de doctrinas valorativas en general, lo cual contribuye a socavar la hegemonía de la iglesia dominante. Por ello, la protección de la libertad de conciencia no sólo es compatible con un Estado laico, sino que lo favorece. Sin embargo, el punto de la objeción es muy específico, a saber, que la exclusión de todo contenido religioso de las instituciones del Estado es inconsistente con la protección de la libertad de conciencia. Para que esta objeción tenga fuerza y sea digna de ser tomada en cuenta es necesario que quienes la plantean muestren lo siguiente: en primer lugar, que las razones que motivan la defensa de la laicidad, entendida como el principio de separación Estado-iglesias, son infundadas o insuficientes; en segundo lugar, que los ciudadanos precisan de las instituciones del Estado para la práctica de sus respectivas convicciones religiosas (que los espacios de los que pueden disponer son insuficientes o inadecuados); y en tercer lugar, también se tendría que mostrar que en un contexto de predominio de una iglesia y religión particulares, el ejercicio de la libertad de conciencia de todos los ciudadanos (y no sólo de los católicos) sería mejor protegida si se abrieran las instituciones del Estado a los contenidos religiosos. Aunque un Estado laico proteja la libertad de conciencia, ello no implica que sea “neutral” respecto del pluralismo de posturas valorativas, sean éstas religiosas o no. La identificación de la laicidad con la neutralidad se remonta al siglo diecinueve. Entre los liberales mexicanos tuvo lugar una larga discusión sobre si el carácter laico de la educación significaba que el Estado debía ser “neutral” respecto de la religión.50 Los que favorecían esta postura afirmaban el principio de separación e independencia Estado-iglesia, así que por “neutralidad” entendían que la educación laica debía mantenerse ajena a la religión. Desde esta perspectiva, la neutralidad se reduce a este principio. No obstante, es posible afirmar que el principio de separación e independencia es distinto del de neutralidad. Mientras que este principio conlleva la exigencia de secularización de las instituciones del Estado, podría decirse que la neutralidad significa que el Estado no abrace ninguna postura valorativa, sea o no religiosa. Como esto último es imposible ya que el Estado se funda sobre un conjunto de valores políticos, por “neutralidad” respecto de las iglesias y las religiones en la literatura contemporánea usualmente se quiere decir que el Estado no debe intervenir con el propósito de perjudicar o de beneficiar a alguna en particular. Sin embargo, también esta concepción de neutralidad ha sido muy criticada con el argumento de que o bien es imposible que un Estado sea neutral, o bien el sentido de “neutralidad” es excesivamente débil.51 Es común señalar que un Estado inevitablemente favorece o perjudica a algunas posturas valorativas aunque no sea su propósito hacerlo. Por ello, la neutralidad es un valor político que poco a poco se ha ido abandonando. Finalmente, resta por abordar la pregunta de si un Estado laico puede ser tolerante. Un Estado “tolerante” es aquel que permite a sus ciudadanos afirmar cualquier postura valorativa y vivir conforme a ella dentro de los límites de la justicia. La exigencia de tolerancia es que el Estado no imponga restricciones respecto del contenido que los ciudadanos puedan afirmar, aunque es necesaria la regulación respecto de las formas, tiempos y lugares en que cabe expresar las propias opiniones y convicciones. Un Estado intolerante prohibiría la afirmación y práctica de doctrinas con cierto contenido, digamos, por ejemplo, comunistas. Desde esta perspectiva, un Estado que protege la libertad de conciencia, es por ello, tolerante. Sin embargo, la cuestión de la tolerancia se plantea en el caso de los Estados laicos debido a la exclusión de todo contenido religioso de sus instituciones. ¿Significa esto que un Estado laico es por ello intolerante? En la discusión de este punto resulta crucial no perder de vista el contexto social y político que motiva el establecimiento del Estado laico. La peculiaridad de este tipo de Estado, a diferencia de otros seculares modernos, es el compromiso con la secularización de sus instituciones, lo cual está motivado, como vimos, por la amenaza que representa el predominio de la iglesia y religión dominantes para la estabilidad del Estado mismo. Si mantenemos en mente el hecho de este predominio, es posible apreciar que el carácter secular de las instituciones del Estado, lejos de resultar intolerante, es condición necesaria para la posibilidad de la tolerancia. En una sociedad en la cual una iglesia ampliamente mayoritaria sigue manteniendo pretensiones políticas apoyada por grupos políticos locales, existe el peligro real de que las instituciones del Estado se vuelvan intolerantes al someterse a la influencia y dictados de aquélla. Otras iglesias, religiones y posturas valorativas en general pueden tener la oportunidad de florecer bajo la condición de que las instituciones del Estado no se convierta en instrumento de la iglesia dominante, para lo cual es necesario el mantenimiento de su carácter secular. Como vimos, una de las preocupaciones de quienes proponen revisar la idea de laicidad es que ésta constituya un “marco general de la convivencia armoniosa”.52 Es posible que en un contexto de amplio pluralismo de doctrinas religiosas y valorativas no haya necesidad de un Estado laico. Pero en un contexto como el mexicano, de predominio de una religión particular y de su iglesia, la cual procede en función de sus pretensiones políticas, las instituciones seculares del Estado laico constituyen el marco general de la convivencia armoniosa. Por ello, si lo que se busca es la protección de la incipiente pluralidad de doctrinas religiosas y valorativas, lo que se necesita no es el debilitamiento del Estado laico sino su fortalecimiento. El debilitamiento del Estado laico conduciría, como de hecho está sucediendo, al fortalecimiento del poder político de la iglesia dominante, lo cual es algo de temer por los partidarios del pluralismo. * Agradezco el apoyo del Proyecto de investigación “El liberalismo en México: historia, teoría y problemas contemporáneos” (UNAM PAPIIT IN 402709). Agradezco a Nora Rabotnikof sus comentarios y sugerencias, así como la colaboración de los miembros del proyecto en el desarrollo de las ideas que aquí se presentan. En particular, agradezco a Ángeles Eraña, Juan Antonio Cruz, Corina Yturbe, Edna Suárez, Ana Barahona, Gisela Mateos, Thomas Donahue y Paulina Ochoa. Bibliografía citada Álvarez Barret, Luis (2001), “Justo Sierra y la obra educativa del porfiriato, 1901-1911”, en Bolaños et. al. 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Las cursivas son mías.3 Salazar Ugarte (2007), p.213.4 Salazar Carrion (2007), p.149. Las cursivas son mías.5 Blancarte (2007), p.36. Guevara Niebla (2007), p.117.6 Este es el caso de México y Francia, los dos países pioneros en la articulación del concepto de laicidad como valor político en la segunda mitad del siglo diecinueve. Véase Baubérot (2000).7 El concepto de “laicidad” también ha sido empleado y desarrollado en Estados en donde el Islam es la religión predominante. Sin embargo, dejaré esto de lado.8 La forma actual del liberalismo la desarrolló principalmente John Rawls en Teoría de la Justicia, de 1971 y El liberalismo político, de 1993.9 En “Liberalismo y laicidad” (manuscrito) desarrollo la tesis de que la laicidad, asf entendida, es también un valor liberal, el cual presupone una manera de entender el liberalismo que difiere de manera importante del liberalismo contemporáneo dominante.10 Véase Blancarte (1992), (1994) y (2004), Meyer (2007). En la actualidad, el Partido Acción Nacional, se ha erigido, desde el gobierno mismo, en un activo opositor al Estado laico.11 En Blancarte (2007), pp.43-50. Esta Declaración fue elaborada por los profesores Jean Baubérot (Francia), Micheline Milot (Canadá) y Roberto Blancarte (México), y “fue presentada en el Senado de Francia, el 9 de diciembre de 2005 para conmemorar el centenario de la separación entre el Estado y las Iglesias en Francia”.12 Blancarte (2007), p.45.13 Ibid., pp.48-49.14 Ibid, p.50.15 Ibid., p.27.16 Desarrollo este punto en “El proyecto de secularización y el legado del liberalismo en México”.17 Sinkin(1979).18 Mora (1963), “Programa de los principios políticos que en México ha profesado el partido del progreso, y de la manera con que una sección de ese partido pretendió hacerlos valer en la Administración de 1833 a 1834”.19 Sierra, (1956), p.178.20 El proceso secularizador liberal en educación pública ha sido crucial para la reproducción de la legitimidad del Estado laico. Veáse Hale (2002), capítulos 5 y 6.21 Bazant (1971), Guerra (1991).22 Guerra (1991), Lira (2003), Costeloe (1978).23 Los recientes escándalos de pederastia al interior de la iglesia exhiben la dificultad para que los miembros del clero se sometan a los tribunales civiles como ciudadanos en un plano de igualdad.24 Estas libertades están protegidas en la Constitución de 1857 y se mantuvieron en la de 1917 con excepción de la libertad de enseñanza que aparece en la primera, pero en la segunda es reemplazada por el establecimiento del carácter laico y obligatorio de la educación básica, asf como del carácter laico y gratuito de toda aquella impartida por el Estado. Tena (2005).25 Véase Tena (2005).26 Esta importante distinción es imposible de establecer bajo la concepción de la laicidad que presenta Blancarte.27 Lémperiére (2003).28 Hamnett (1999). Recuérdese la Encíclica Quanta cura y el Syllabus de errores de 1864 de Pío IX, en donde se condenan la libertad de cultos, el racionalismo, el socialismo, el comunismo y las sociedades elenco-liberales (estos tres últimas tachados de “pestilencias”), así como la subordinación de la iglesia católica al Estado, entre muchos otros “errores”.29 A este nivel de confrontación también pertenece el establecimiento de los días festivos oficiales (Ley de 1859).30 El inicio “oficial” de este proceso es la “Oración cívica” pronunciada por Gabino Barreda en 1867, en Barreda (1998). Véase la discusión sobre el significado inicial de educación laica en Zea (2005), parte tercera.31 En el artículo tercero se mencionan los siguientes valores: el amor a la patria, la conciencia de la solidaridad internacional en la independencia y en la justicia, la dignidad de la persona, la integridad de la familia, la convicción del interés general de la sociedad, la fraternidad y la igualdad de derechos de todos los hombres. Tena (2005).32 Blancarte (1992), capítulos 1 y 2. Véanse los ensayos de Alvarez, Bolaños y Matute, en Bolaños, Solana y Cardiel Reyes (2001).33 Desarrollo este punto en mi ensayo “Laicidad y neutralidad” (inédito). Véanse los debates sobre el artículo tercero constitucional en Zarco (1987) y Guzmán (1948).34 Agradezco a Claudia Agostoni sus valiosos comentarios sobre estos puntos.35 No pretendo negar que la colisión es inevitable cuando ciertas prácticas y creencias religiosas conllevan el rechazo de las técnicas científicas. Mi propósito aquí es sólo indicar la posibilidad de la complementariedad de la práctica médica científica con la iglesia católica.36 Este sentido de “secularización” es el primero de los tres que distingue Charles Taylor. El segundo sentido que él identifica es la pérdida de las creencias religiosas, y el tercero es la consideración de la creencia en Dios como una opción entre otras. Taylor (2007), Introducción.37 Artículo tercero. Tena (2005).38 Zea (2005).39 Salazar Ugarte (2007).40 Lo mismo puede decirse de la propuesta de entender a la laicidad como una “actitud”. Véase Pereda (2007).41 Sobre la diversificación religiosa en México véase Bastian (1997).42 De acuerdo con datos relativamente recientes, el ochenta por ciento de los mexicanos se declara católico (Blancarte, 1992). Bastian (1997).43 “Introducción” a Vázquez (2007).44 La gradual desaparición del Estado laico que estamos presenciando tiene lugar dentro de un proceso más amplio de desmantelamiento del Estado moderno mexicano en todas sus funciones (administrativas, sociales, de impartición de justicia, de protección de la vida e integridad de sus ciudadanos, etc.) -y no sólo de su carácter laico.45 Rawls (1993), “Introducción”.46 Taylor (2007).47 Bastian (1997).48 Ley de asociaciones religiosas y culto público (1992).49 No es obvia, sin embargo, la justificación de la educación privada en un Estado comprometido con la justicia social. Pero esta cuestión merece un tratamiento aparte.50 Zea (2005), Sección tercera “El desarrollo”; Discusión sobre el artículo tercero en el Constituyente de 1917, en Guzmán (1948).51 Rawls (1996), Kymlicka (1989), Taylor (1985).52 Blancarte (2007).
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¿Cuál es la importancia de un Estado laico?
El Estado laico tiene la obligación de garantizar la libertad de conciencia. Eso es central, esa es la principal función, esa es la razón por la que surgió el Estado laico; es decir un Estado que garantice que las personas puedan pen- sar de manera distinta, que haya una diversidad en las opiniones.
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¿Quién establece el laicismo en la educación?
¿Quién estuvo en contra de la educación laica? Así votaron el artículo 3 de la Constitución hace 102 años El artículo tercero es probablemente uno de los más importantes dentro de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. En la actualidad establece, entre otras cosas, que toda persona tiene derecho a recibir educación, la cual debe ser laica y gratuita en las instituciones del Estado.
- Parece una de las garantías más elementales, pero hace más de 102 años generó un debate que se prolongó por días.
- El 1 de diciembre de 1916, el Congreso Constituyente de Querétaro inició periodo de sesiones.
- Venustiano Carranza, presidente de México en ese entonces, presentó ante los legisladores el proyecto de Constitución que pretendía reformar la Carta Magna de 1857.
Los diputados del Congreso Constituyente tuvieron 66 sesiones ordinarias y una permanente (además de la inaugural y la de clausura, lo que da un total de 69 sesiones) para debatir el proyecto de Carranza. Todas las sesiones se llevaron a cabo entre el 1 de diciembre de 1916 y el 31 de enero de 1917.
- Venustiano Carranza propuso para el artículo 3 lo siguiente: “Habrá plena libertad de enseñanza; pero será laica la que se dé en los establecimientos oficiales de educación, y gratuita la enseñanza primaria superior y elemental, que se imparta en los mismos establecimientos”.
- Este artículo comenzó a ser discutido el 11 de diciembre de 1916 por los diputados, de acuerdo con el texto ‘Diario de los Debates del Congreso Constituyente 1916-1917’, de la Biblioteca de Publicaciones Oficiales del Gobierno de México.
- 219
- Número de diputados que conformaba el Congreso Constituyente de Querétaro
A la propuesta de Carranza se le hicieron modificaciones el 13 de diciembre, por lo que el artículo en discusión quedó de la siguiente forma: “Habrá libertad de enseñanza; pero será laica la que se dé en los establecimientos oficiales de educación, lo mismo que la enseñanza primaria elemental y superior que se imparta en los establecimientos particulares.
- Ninguna corporación religiosa, ministro de algún culto o persona perteneciente a alguna asociación semejante, podrá establecer o dirigir escuelas de instrucción primaria, ni impartir enseñanza personalmente en ningún colegio.
- Las escuelas primarias particulares sólo podrán establecerse sujetándose a la vigilancia del Gobierno.
La enseñanza primaria será obligatoria para todos los mexicanos y en los establecimientos oficiales será impartida gratuitamente”. El congresista constituyente y periodista Félix Palavicini, que apoyaba la propuesta de Carranza, estuvo en contra de esta modificación.
El legislador argumentaba que en este artículo no se defendía la libertad de enseñanza. “Y bien, señores diputados; ¿habrá o no habrá libertad de enseñanza? ¿Habéis entendido este artículo 3º? Ellos comienzan diciendo: ‘habrá libertad de enseñanza’. ¿Dónde?, ¿en qué país?, ¿en México? No, todo el artículo responde que no habrá de eso.
¿Qué significa esta redacción? ¿Qué propósito tiene? ¿Con qué argumento, con qué razón han cambiado el precepto liberal de la carta de 1857 y el precepto liberal de la carta de 1916, para substituirlo, señores diputados, con este incomprensible embrollo de cosas contradictorias?”, criticó Palavicini en la sesión ordinaria del 14 de diciembre.
- “Si queremos nosotros, señores, que nuestras razas futuras llenen las aspiraciones que anhelamos nosotros, si queremos que lleven la savia vigorosa de la verdad en su mente y por ella rijan siempre sus menores actos, ayudadme a destruir esas escuelas católicas, que no son otra cosa que fábricas de frailes, en donde se acapara de una vez para siempre el pequeño espíritu, la conciencia, la razón, en donde desde pequeño, se enseña al hombre a ser hipócrita, a ser egoísta, a ser falaz, a ser mentiroso; ayudadme a destruir esas escuelas católicas, en donde se sentencia desde temprano a la niñez a llevar una vida de degradación, de dudas, de obscurantismo, de miseria moral”, enfatizó Rosas y Reyes en la misma sesión en la que habló Palavicini.
- 69 sesiones
- Tuvieron los diputados constituyentes para discutir y aprobar el proyecto de Constitución de Venustiano Carranza
Los posicionamientos a favor y en contra continuaron en las siguientes dos sesiones y el artículo sufrió más cambios. El 16 de diciembre, los congresistas constituyentes aprobaron el 3° de la Carta Magna. La votación quedó con 99 legisladores a favor y 58 en contra.
- El artículo 3° de la Constitución quedó plasmado en la primera edición de la Constitución de 1917 -promulgada y firmada el 5 de febrero de ese año-, y fue escrito de la siguiente manera:
- “La enseñanza es libre; pero será laica la que se dé en los establecimientos oficiales de educación, lo mismo que la enseñanza primaria, elemental y superior que se imparta en los establecimientos particulares.
- “Ninguna corporación religiosa, ni ministro de algún culto, podrán establecer o dirigir escuelas de instrucción primaria.
- “Las escuelas primarias particulares sólo podrán establecerse sujetándose a la vigilancia oficial.
- “En los establecimientos oficiales se impartirá gratuitamente la enseñanza primaria”.
- Aquí algunos de los congresistas constituyentes que votaron a favor y en contra del artículo sobre la educación laica.
: ¿Quién estuvo en contra de la educación laica? Así votaron el artículo 3 de la Constitución hace 102 años
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¿Qué valores sobresalen en el laicismo?
Su idea de la moral y de la religión se basaba en la libertad de pensamiento y de conciencia de cada cual; el Estado no debía tampoco interferir en las convicciones y en los valores morales de cada ciudadano. Su laicismo cívico reclamaba la libertad de conciencia como eje fundamental de una convivencia pacífica.
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¿Cuál es el objetivo principal de la tolerancia?
La tolerancia permite a los individuos a vivir con y a aceptar las diferencias. Ser tolerante con los demás significa aprender a ser tolerante con uno mismo, reconocer nuestra propia intolerancia, ‘ponerse en los zapatos del otro’, respetar las creencias de cada persona, así como su individualidad.
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¿Qué es la tolerancia y un ejemplo?
La tolerancia es un elemento que atraviesa a las sociedades a fin de que las personas se respeten y vivan en armonía a pesar de las diferencias existentes en las diversas expresiones culturales y tradicionales. Respetar y valorar la diversidad cultural es un ejemplo de tolerancia.
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¿Qué es la tolerancia en resumen?
La tolerancia significa el respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias, así como el reconocimiento, la aceptación y el aprecio al plu- ralismo cultural, a las formas de expresión, a los derechos humanos de los demás y a la diversi- dad del aspecto, situación,
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¿Qué es la tolerancia según Freire?
La tolerancia, entendida como la posibilidad de convivir con el otro, con el diferente, es uno de los conceptos de mayor valía en la sociedad actual. La idea de la tolerancia permea los planteamientos filosóficos, políticos y pedagógicos que sustentan los proyectos educativos en México y en el mundo.
Este libro es una compilación preparada por la esposa del autor, Ana María Araujo Freire, reúne entrevistas, declaraciones, cartas, testimonios y fragmentos de textos originales de Paulo Freire en torno a la diversidad, a la convivencia con lo diferente. El objetivo de esta obra es trasparentar el tema de la tolerancia -una de las cualidades fundamentales de la vida democrática- como uno de los hilos conductores centrales que permiten vincular los conocidos textos pedagógicos de Freire: “Pedagogía del oprimido”, “Pedagogía de la indignación”, “Pedagogía de la esperanza” y “Pedagogía de la autonomía”, entre otros, escritos a lo largo de casi 40 años.
Dada la trascendencia de la obra de Freire en el pensamiento educativo contemporáneo, el lector encontrará en estas páginas un valioso testimonio de uno de los pilares de la pedagogía del siglo XX.
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¿Cómo se relaciona la diversidad cultural el respeto y la tolerancia?
La tolerancia cultural es clave para la armonía social Actualizado a las 10/06/2019 – 14:52 Palabras clave: clave,cultural,tolerancia,armonía
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La tolerancia cultural es clave para la armonía social |
Beijing, 10/06/2019 (El Pueblo en Línea) – Durante su recién concluida visita a Rusia, el presidente Xi Jinping, una vez más, refutó la hipótesis del “choque de civilizaciones”, según la cual las identidades culturales y religiosas de las personas serán la principal fuente de conflicto en la era posterior a la Guerra Fría.
En cambio, Xi reiteró que la tendencia mundial es una de inclusión cultural y diversidad, que había enfatizado en la Conferencia sobre el Diálogo de las Civilizaciones Asiáticas en mayo. Por el contrario, algunos académicos estadounidenses han afirmado que las tensiones y los conflictos en todo el mundo entre personas de diferentes religiones, costumbres y culturas - pueden atribuirse a los “conflictos culturales” y al “choque de civilizaciones”.
La cultura y la naturaleza están relacionadas. Como dice la Declaración Universal de la UNESCO sobre la Diversidad Cultural, “la diversidad cultural es tan necesaria para la humanidad como la biodiversidad para la naturaleza”. La diversidad cultural es fundamental para los humanos.
- Las culturas diversas no solo hacen que las sociedades sean más sólidas y creativas, sino que también ayudan a los humanos a enfrentarse mejor a los cambios.
- El pluralismo cultural promueve la cooperación mutua y el respeto mutuo entre personas de diferentes países, que son cruciales para establecer la paz y facilitar el desarrollo en todo el mundo.
Para fortalecer la cohesión social y promover una mayor solidaridad en la comunidad internacional, es necesario que las personas se adhieran al principio de tolerancia cultural. Ser culturalmente tolerante significa no discriminar a personas de otras culturas.
En realidad, sin embargo, no todas las personas practican la tolerancia cultural. Algunas personas son culturalmente intolerantes, quizás porque sufren de un sentido de superioridad cultural. Estas personas suelen ser arrogantes y discriminan a las personas de otras culturas, lo que crea barreras de comunicación y animosidad.
La intolerancia cultural es la causa raíz de la xenofobia, el racismo y el unilateralismo, y por lo tanto a menudo conduce a tensiones y conflictos regionales y globales. La ignorancia y / o el miedo a cosas desconocidas conducen a la intolerancia cultural.
Las personas ignorantes y con prejuicios no creen en el aprendizaje mutuo, y ven el mundo en blanco y negro. Por lo tanto, odian las cosas extraterrestres con las que no están familiarizados e incómodos. Dado que la intolerancia es un caldo de cultivo para el populismo y el ultranacionalismo, nosotros, como miembros de la comunidad internacional, debemos fortalecer el diálogo y aumentar los intercambios entre personas de diferentes culturas y civilizaciones para difundir la idea de la tolerancia y la inclusión culturales.
En este sentido, los líderes religiosos deben desempeñar un papel principal en la eliminación de los prejuicios religiosos y promover la idea de la coexistencia pacífica entre personas de diferentes credos. La práctica de la inclusión cultural conduce a profundizar el entendimiento y la confianza mutuos, así como a estimular los intercambios culturales entre personas de diferentes países, lo que a su vez puede fortalecer la paz y la seguridad mundiales.
Las actitudes culturales, hasta cierto punto, influyen en la política exterior de un país. Tomemos a China por ejemplo. Dado que la cultura china está profundamente influenciada por el confucianismo, que defiende la “armonía sin uniformidad”, su política exterior otorga gran importancia a la inclusión y la tolerancia, y apoya el multilateralismo y la consulta en los asuntos globales.
La inclusión cultural y la tolerancia pueden desempeñar un papel crucial para acercar a las personas que hablan diferentes idiomas, practican diferentes religiones, siguen diferentes costumbres, creen en valores diferentes y, por lo tanto, promueven la armonía.
- Lo que significa que la inclusión cultural y la tolerancia son cruciales para acelerar la integración de la comunidad internacional y construir una comunidad con un futuro compartido para la humanidad.
- Y dado que China es un firme defensor del pluralismo cultural, siempre ha subrayado la importancia del diálogo y los intercambios entre diferentes culturas y civilizaciones al adherirse a los principios de diversidad, inclusión y tolerancia.
El autor es director del Centro para la Gobernanza Global y el Derecho, Universidad de Tecnología de Xiamen. Las opiniones no representan necesariamente las de China Daily.
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¿Cuáles son las características de la tolerancia?
Ser tolerantes nos permite convivir sanamente. Y tú, ¿lo eres? Revisa las características que te presentamos a continuación. Para entender qué es la tolerancia, es necesario entender lo que no es: La tolerancia no es resignación, derrota, ni sumisión. La resignación inmoviliza, la tolerancia promueve; la derrota implica aceptar que hay perdedores; con tolerancia, todos ganan; la sumisión es darse por vencido, la tolerancia posibilita triunfar.
Según la UNESCO, la tolerancia es el reconocimiento de los derechos humanos universales y las libertades fundamentales de los demás. Es aceptación y respeto a las creencias, cultura y opiniones de los otros; debe ser recíproca. Es un deber y un derecho. No puedo exigir tolerancia hacia mis ideas, si no estoy dispuesto/a a tolerar las ideas de los demás.
Y en un mundo tan diverso como el nuestro, para poder convivir en armonía, es necesaria. La tolerancia tiene un componente de rechazo, pero también uno de aceptación. Esa tensión entre rechazo y aceptación, tiene que ver con los valores de cada uno y se debe procurar un justo equilibrio entre ellos:
No debo tolerar la violencia (rechazo) Debo tolerar opiniones diferentes a la mía (aceptación)
¿Qué es la tolerancia en resumen?
La tolerancia significa el respeto a las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las propias, así como el reconocimiento, la aceptación y el aprecio al plu- ralismo cultural, a las formas de expresión, a los derechos humanos de los demás y a la diversi- dad del aspecto, situación,
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¿Qué es la tolerancia y un ejemplo?
La tolerancia es un elemento que atraviesa a las sociedades a fin de que las personas se respeten y vivan en armonía a pesar de las diferencias existentes en las diversas expresiones culturales y tradicionales. Respetar y valorar la diversidad cultural es un ejemplo de tolerancia.
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¿Qué es la tolerancia y por qué es importante?
Como bien sabemos, estas cualidades y actitudes nos acompañan en nuestro día a día. Se van desarrollando de la mano con la experiencia y es que a través de las situaciones que vivimos diariamente vamos amoldando nuestra capacidad de tolerancia, respeto y paciencia.
- Es importante que desde pequeños comencemos a aprender y desarrollar estas actitudes ya que, una vez que seamos grandes se nos hará mucho más difícil la convivencia y relación con nuestro entorno y con nosotros mismos.
- La tolerancia es el respeto a las ideas, a las opiniones, a las creencias, a las costumbres, etc.
Si hay algo que es claro, es que somos todos diferentes y la sociedad es diversa, los niños son capaces de divisar esas diversidades y somos los adultos quienes debemos dar el ejemplo de aceptar y respetar aquello. ¿Cómo fomentar la tolerancia desde la sala de clases y desde nuestros hogares? Los profesores deben ser tolerante para promover la tolerancia.
” Padres, profesores y sociedad somos el espejo donde los niños se miran”. En la sala de clases, nuestro ejemplo será clave. Se pueden crear diferentes juegos, dinámicas y ejercicios que servirán para favorecer el desarrollo de la tolerancia entre nuestros alumnos, es unaspecto que se puede trabajar desde cualquier asignatura y se debe de adaptar a la edad de los alumnos con los que tratemos.
Estos son algunas ideas y ejemplos: – Presentarles imágenes que representen la diversidad para poder hablar sobre ellas y sobre lo que representan. – Jugar con imágenes de percepción, para hacerles conscientes de que pueden existir diferentes puntos de vista, y que cada uno es totalmente válido.
– Realizar actividades a partir de cuentos que estén relacionados con la tolerancia. –Debatir sobre cómo hacer un mundo más tolerante, el debate y el intercambio de opiniones es un muy buen ejercicio. -Utilizar materiales audiovisuales para fomentar la reflexión y el pensamiento crítico, desde películas o documentales hasta vídeos cortos para posteriormente debatir.
Desde nuestra casa, la familia además de ser un modelo a seguir, puede animar y enseñar a los niños con las siguientes ideas: – Escuchar a los demás con una mente abierta, tratando de comprender su postura y ponerse en el lugar del otro. – Respetar las diferentes ideas, por mucho que no coincidan con las suyas.
Entender que las todas las opiniones son relativas y discutibles y que nadie posee la verdad absoluta. – Ser capaces de expresar el punto de vista propio sin herir los sentimientos de los demás. – No burlarse de las diferencias en ninguna circunstancia. – Aprender a jugar en equipo, con la capacidad perder y ganar con humildad y sin humillaciones.
– Entender y ser consciente de que ser diferente no te hace mejor ni peor que el resto de las personas, cada uno es único y especial. – Adaptarse a los distintos ritmos y a las diferentes capacidades del resto de compañeros, valorando positivamente sus competencias, habilidades y talentos individuales.
- En fin, la tolerancia es el aceptar y abrazar la diferencia, apreciar la diversidad, el no tener miedo, el respetar a los que no son y a los que no piensan como nosotros, considerándolos como iguales, saber escuchar, ayudar y empatizar.
- Si somos tolerantes, seremos más cultos, más inteligentes y más humanos, seremos esponjas dispuestas a absorber conocimientos, experiencias y sentimientos de otras personas, siempre abiertos a nuevos aprendizajes.
Eso sí, debemos empezar por ser tolerantes con nosotros mismos, de ese modo estaremos preparados para serlo con los demás,” (Ingrid Mosquera Gende)
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¿Qué es la tolerancia con tus propias palabras?
La tolerancia se basa en el respeto hacia los demás o hacia lo que es diferente a lo propio. Este respeto a los demás implica respetar las ideas, prácticas o creencias, aunque choquen con las propias. Es un valor muy importante que se debe inculcar en las personas desde su infancia para poder vivir en sociedad.
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